SALTO AL VACÍO
- ¿¡Ya no me amas?! –Dijo ella con cara de pastelito estrellado
contra el muro de los sueños rotos.
- No. …Nada de esto
es verdadero. – Respondió él, cejijunto y con una mueca de desprecio… - ¿Acaso
crees que en verdad existes? ¡Qué no ves que tu corazón es de tinta y papel! Como
todo esto, una somera desilusión, el ensueño
de la razón, algo que no late, dime ¿Qué no ves la luz oscura tras el
velo de esta imaginación perversa?
-¿Por qué me
dices eso vida mía? ¿Qué te sucede? –Ella sollozaba como una criatura de pecho,
inconsolable y volátil, casi incorpórea....
-¡Despierta
ya! … Algo me dice sin palabras que tú no eres quien crees ser, ni yo soy quien
creo, todo esto no es más que un tedioso despropósito... ¡Renuncio irrevocablemente!
No permitiré que la patraña continúe: odio las novelas con visos románticos,
detesto los finales felices, y aborrezco este
papel… Ahora que de la intuición he
saltado al abismo de la certeza, aquí mismo renuncio a esta mentira, a este
esperpento, a esta estrafalaria
estafa al confiar en la luz de la razón... ¡Hasta nunca!...
Y tras decir aquello, (y ante el asombro de ella y del
escritor mismo, que no lograba dar orden a sus ideas en la máquina, la cual parecía
moverse sola, como poseída por algún espíritu chocarrero) él saltó al vacío por entre las líneas de la
cuartilla en el rodillo y así abandonó la obra, generando estupefacción en la
trama y conmoción en los otros personajes de tinta y papel y de la sustancia de
la que están hechos los delirios…
Y por sobre todo, de él mismo, quien huía de esa
novela, de aquel idilio impostado. Ella, trató de seguirlo; pero no
supo cómo ni qué rayos sucedía… El escritor creyó que era efecto del vino-tinto-seco
y no trató de seguirlo, se quitó los lentes de carey, encendió un pitillo y se carcajeó mientras se arrebujaba en un mueble y mirando la chimenea chisporrotear, hacía aros
de humo azul y se dormía inexorablemente… Mientras se hundía en las aguas del
sueño, lograba elucubrar que a la mañana siguiente, miraría más lúcido cómo las
palabras no se movían solas a capricho y la historia no tomaba un rumbo
inesperado, mucho menos el que quería imponer su personaje, sino el que su
voluntad tecleaba y tecleaba. En el próximo capítulo, por ejemplo, y sólo para
empezar a enderezar aquel mundo descarriado y algo retorcido, (imaginaba con
fruición sicópata) haría que el héroe se suicidara de forma mísera por ella.
No obstante, al otro día, cuando el amanuense despertó
y volvió a su escritorio, tras un bostezo de oso polar, no encontró rastros del
personaje por ninguna página de la maldita novela. Éste había huido inclusive
de sí mismo. Había roto el velo omnisciente del mundo… Había abjurado ser el
protagonista obligado de una historia que, en realidad, aborrecía por completo.
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