jueves, 22 de febrero de 2018

LAS 10 MEJORES CRÓNICAS LATINOAMERICANAS

Las 10 mejores crónicas latinoamericanas

Gabriel García Márquez opina que la crónica es un género literario y yo creo lo mismo. “La crónica es un cuento que es verdad”, dijo el maestrísimo alguna vez. Luego habrá cuentos buenos y malos, novelas buenas y malas, o poemas ídem, y también habrá crónicas brillantes y otras que son basura. Y no por existir novelas infumables, la novela es un mal género o un género menor. Sé que suena a obviedad, pero creo oportuno aclararlo.
¿Qué es una crónica? Rescato la definición que hace algunos años hizo el brillante editor peruano Julio Villanueva Chang en una larga plática que mantuvimos en la plaza Santo Domingo de Cartagena de Indias:
“Elaborar una crónica es un acto muy costoso, al menos como yo la entiendo: es decir, una crónica es un gran reportaje muy bien escrito, un gran trabajo de campo con entrevistas, documentos y la suerte de ser testigo y cuyo relato no aburra. Ello supone semanas o meses de dedicación, un editor cómplice del cronista, una historia en la que los protagonistas cambian ante los ojos de su autor y donde el azar actúa sobre la realidad, y también lecturas. Todo eso es lo que yo llamo una buena crónica. Otra cosa es dar a algunas páginas de un periódico cierta amenidad, cierto cuidado de la prosa, incluso cierto vuelo poético, todo eso lo puedes hacer sin necesidad de salir a la calle. Pero una crónica, cuando es ambiciosa, exige un trabajo tan delicado como atlético”.
– Julio Villanueva Chang
Acotado pues de lo que estamos hablando, acá les comparto un decálogo que la Revista Factum me retó a elaborar. Diez me exigieron. Mis disculpas a los apellidos y a las historias que deberían estar en cualquier listado de crónicas latinoamericanas sobresalientes. No están todas las que son, pero creo que sí son todas las que están. Prometo compensar las ausencias cuando una editorial me contrate para editar una antología de crónicas.

1) Cromwell, el cajero generoso (por Juan Manuel Robles)

El peruano Juan Manuel Robles firma algunos de los perfiles más sólidos que he leído, y créanme que, como responsable del blog ‘Periodismo narrativo en Latinoamérica’, no son pocos. Robles tiene un don especial para escuchar y mirar, y un manejo envidiable de la ironía y el suspenso. Sus semblanzas sobre la hija del expresidente Alejandro Toledo o sobre la actriz Magaly Solier son maravillosas, pero me quedo con el retrato de Cromwell Gálvez, un empleado del BBVA Banco Continental que usó sus habilidades como contador en robar dinero durante años al banco, para luego derrocharlo en vivir la vida a todo lujo.
Así arranca:
“El protagonista de esta historia me jodió la tarde. Él no lo recuerda, fue hace tiempo. La única vez que lo visité en la céntrica prisión en la que lo encerraron, Cromwell Gálvez huyó de mí y se apresuró a decir que no hablaba con la prensa. Le habían quitado la libertad pero la fama insistía en quedársele, no podía sacársela de encima ni dentro de los…”.

2) Asalto al palacio (por Gabriel García Márquez)

El boom de la crónica tiene pocos años, pero la crónica es tan vieja como el propio deseo de escribir experiencias propias o ajenas. Sin remontarnos tanto, apenas hasta la década de los setenta, una crónica imperecedera que juzgo de lectura obligada es la escrita por el periodista Gabriel García Márquez para la revista bogotana Alternativa. El Nobel de Literatura nos narra con maestría la ‘Operación Chanchera’, nombre con el que se bautizó la histórica toma del Palacio Nacional de Nicaragua por parte de un comando de la guerrilla del Frente Sandinista, en agosto de 1978, uno de los episodios clave de la Revolución.
“El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomar el Palacio Nacional de Managua a pleno día, con solo veinticinco hombres, mantener en rehenes a los miembros de la Cámara de Diputados y obtener como rescate la liberación de todos los presos políticos. El Palacio Nacional, un viejo y desabrido edificio de dos pisos con ínfulas monumentales, ocupa…”.

3) El sí de los niños (por Martín Caparrós)

En la primera redacción en la que trabajó Caparrós su jefe era Rodolfo Walsh. Arranco con este dato porque me consta que el argentino levanta pasiones a favor y en contra, y, aunque a más de uno le sonará impostado este alegato pro-Caparrós, no tengo la más mínima duda de que es uno de los periodistas de los que más y mejor se puede aprender. Si se quiere transformar la materia prima reporteada en textos que el lector digiera y agradezca, leer y releer las crónicas ‘caparrosianas’, o sus libros, es una gran inversión. Dicho esto, y consciente de que elegir una única crónica sobre el ramillete de obras maestras que ha firmado es un acto de injusticia, me quedo que la él mismo alguna vez defendió como su reportaje más redondo: ‘El sí de los niños’, que narra el drama de la prostitución infantil en Sri Lanka.
“—¿Así que todavía no conoces a Yohan? Ah, pero es maravilloso. Maravilloso. Tal vez, si me da un ataque de bondad, mañana te lo paso y vas a ver.
Bert tiene cuarenta y nueve años, y sus dos hijos ya están en la universidad. Su señora se ocupa de la casa donde viven, cerca de Düsseldorf, y parece que desde que los chicos…”.

4) Yo corrí en San Fermín (por Juan Pablo Meneses)

La crónica es un género periodístico, y se puede recurrir a ella para narrar escándalos de corrupción, interioridades de una pandilla o la vida de algún asesino múltiple. Pero también se puede ‘croniquear’ sobre temas más mundanos, con frecuencia más agradecidos por el lector promedio. ‘Yo corrí en San Fermín’ (por la que tengo una debilidad especial, por conocer yo de primera mano la fiesta taurina) es un buen ejemplo de crónica ligera, en la que la columna vertebral del reporteo es la vivencia propia, y ejecutada de tal manera que cuesta no leerla de una sentada.
“Al final de la corrida le pego una bofetada a Ernest Hemingway. Se la pego a un costado de la cara, entre su oreja y mejilla izquierda. Pero eso sucede al final de la corrida que ahora está por comenzar. Quedan pocos minutos para un nuevo encierro, el sexto de este año en San Fermín, la famosa fiesta de Pamplona donde sueltan a los toros por las calles mientras…”.

5) Un hombre está peleando con mi mami (por Carlos Martínez)

Incluyo una historia salvadoreña escrita por un salvadoreño para un medio salvadoreño, y no lo hago por patriotismo barato ni tonteras por el estilo. Cuando se habla de crónica latinoamericana, El Salvador es una potencia, algo así como la Selecta playera. Para seleccionar una, me he querido complicar lo menos posible, y me ha agarrado al hecho de ser la historia guanaca más leída –de largo– entre las docenas que tengo subidas al blog ‘Periodismo narrativo en Latinoamérica’. La firma Carlos Martínez y trata –¿podía ser de otra manera?– sobre la violencia que nos carcome como sociedad.
“Mi sola presencia en este lugar invoca a la muerte. Me lo dice esta mujer que llora delante de mí: si no me voy, ella se muere. Estamos en una comunidad marginal en alguna parte de Ilopango. Queda al lado de una carretera principal, pero es invisible en la calurosa selva urbana: un foso donde corren aguas malolientes, muros pintados con spray, casas de…”.

6) Un fin de semana con Pablo Escobar (por Juan José Hoyos)

El veterano periodista colombiano Juan José Hoyos reconstruye en este texto sobrio y ameno el fin de semana que pasó en la Hacienda Nápoles, la más preciada de las posesiones de Pablo Escobar, cuando el narcotraficante era diputado suplente. La trascendencia del personaje sin duda ha contribuido a que esta crónica se haya convertido en un clásico del género. El grueso del reporteo se hizo en 1983, pero ese reporteo, esas anotaciones en la libreta, no se concretaron en un reportaje hasta casi dos décadas después.
“Era un sábado de enero de 1983 y hacía calor. En el aire se sentía la humedad de la brisa que venía del río Magdalena. Alrededor de la casa, situada en el centro de la hacienda, había muchos árboles cuyas hojas de color verde oscuro se movían con el viento. De pronto, cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar volando por el cielo azul, y caminando por…”.

7 ) El imperio de la Inca (por Daniel Titinger y Marco Avilés)

Esta es la historia de cómo la bebida nacional del Perú –a pesar de su color orina y sabor a chicle– plantó cara a la todopoderosa Coca-Cola. Más allá de ser un relato poderoso y entretenido, con la dificultad añadida de haber sido escrito a cuatro manos, el relato sobre la Inka Kola –su trascendencia, su inmortalidad– supone una bofetada a aquellos colegas que conciben que un periodista solo está perdiendo su tiempo cuando no se comporta como fiscal, procurador o salvapatrias.
“Color orina y sabor a chicle. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó. Muchos lo piensan. En abril de 1999, el recién llegado a Lima presidente del directorio de The Coca-Cola Company, M. Douglas Ivester, tuvo que probar en público –para el público– la gaseosa que los peruanos preferían. Entrevista de rigor. La prensa esperaba el trago definitivo. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó: la bebida gaseosa más bebida en todo el mundo había sido derrotada…”.

8) El depredador de San Cristóbal (por Sinar Alvarado)

En 1999 detuvieron en la capital de Táchira (Venezuela) a Dorancel Vargas, acusado de asesinato y canibalismo, y la prensa lo bautizó como el ‘Comegente’ y el ‘Hannibal de Los Andes’. En su día la historia llenó páginas de diarios y horas de noticieros de radio y televisión, pero fue este impecable texto escrito un lustro después por el periodista venezolano Sinar Alvarado es el que perdura en el tiempo. Como el arriero le dijo a Vicente Fernández, en la crónica lo más importante no es llegar primero, sino saber llegar.
“El aire se vuelve denso; el frío, ineludible; incómoda la banca de concreto. Entonces hay que levantarse y caminar un poco, pues la espera, a medida que se prolonga, atiza la ansiedad. Me encuentro en una comandancia de policía. Ese tipo de lugares donde la desgracia es lo común. Oficiales van y vienen. Órdenes y contraórdenes. Han pasado veinte minutos desde la hora acordada y la siquiatra aún no…”

9) El boxeador de las orejas perfectas (por Santiago Roncagliolo)

El peruano Santiago Roncagliolo es otro de los periodistas que ha dado un salto exitoso de la no-ficción a la ficción, enésimo ejemplo de lo porosas que son las fronteras entre la crónica y los demás géneros literarios. ‘El boxeador de las orejas perfectas’ cuenta la historia de Romerito, quien el 15 de septiembre de 1983 tuvo a todo el Perú pegado al televisor en un mítico combate contra el estadounidense Ray ‘Boom boom’ Mancini por el título mundial en la categoría Peso ligero. Como el buen cine, la crónica bien ejecutada tiene la virtud de moldear –casi inmortalizar– episodios destacados de la intrahistoria.
“El día en que entró en el Madison Square Garden, el boxeador peruano Romerito se encontró con 25.000 norteamericanos que lo insultaban a coro. Para atemorizarlo aún más, el público aullaba el nombre de su rival. O más bien, el apodo, que era más aterrador. El campeón mundial de peso ligero se llamaba Ray Mancini, pero le decían simplemente Boom Boom”.

10) El hombre del telón (por Leila Guerriero)

Guerriero es un apellido que no puede faltar cuando se discute sobre crónica. También me refugio en la subjetividad pura y dura para elegir ‘El hombre del telón’ sobre otras obras maestras de esta periodista. Por razones que no viene el caso explicar ahora, yo fui quien eligió el título de esta crónica, y se publicó por primera vez en Séptimo Sentido, el dominical de La Prensa Gráfica. Esta ha sido la excusa para incluirla en el decálogo, pero creo que es uno de sus textos más brillantes que, además de mostrar las interioridades del mítico Teatro Colón, nos deja.

TOMADO DE:
http://revistafactum.com/las-10-mejores-cronicas-latinoamericanas/

jueves, 15 de febrero de 2018

Cinco consejos para escribir una buena crónica periodística.

Cinco consejos para escribir una buena crónica periodística.


“Un cronista es alguien que investiga como los periodistas y escribe como los escritores. Convierte la realidad informativa en asombro”. Esa definición, que expresó el periodista Alberto Salcedo Ramos fue lo más destacado de la charla en la que el director de talleres de periodismo narrativo dio consejos sobre cómo escribir una buena crónica periodística.
“El método del cronista” fue el titulo de la videoentrevista que la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano organizó para celebrar el “Día del Periodista” en Colombia, el 9 de febrero.
Salcedo explicó que la crónica “es un género que informa e interpreta. Un género narrativo e interpretativo. Que cuenta una realidad o suceso a través de la visión del periodista.”
IJNet recabó algunos de los principales consejos que brindó el maestro de la Fundación iniciada por Gabriel García Márquez:
Terminar una investigación cuando los testimonios se repitan: Ante la consulta respecto a cómo saber cuando concluye una investigación, Salcedo expresó que él se da cuenta que tiene “toda la investigación lista” cuando siente “que los testimonios de los personajes empiezan a repetirse”.
Identificar un inicio con fuerza: El inicio de la crónica es “clave para definir el tono que va a tener. Hay que buscar una entrada potente, que tenga fuerza y trace las coordenadas del viaje,” dijo el periodista.
Salcedo recomendó evitar “los rodeos” y por el contrario, buscar una entrada “contundente, que golpee”.
No hay necesidad de inventar: “La realidad es tan rica, tan compleja y mágica que no hay necesidad de añadirle las malas ideas que se nos ocurren a nosotros," afirmó.
El periodista dijo que compara “a los malos reporteros, que son aquellos que no invierten tiempo en la investigación, con un atleta que no se prepara. El atleta que no se prepara las paga todas al momento de la competencia. Si hacemos un trabajo de reportería ambicioso, la realidad se enriquece ante nuestros ojos. No es necesario inventar,” añadió.
Usar pero no abusar del uso de la primera persona: Salcedo contó que cuando estudió Comunicación Social en la Universidad, se encontró con muchos profesores que querían “desterrar con un látigo el uso de la primera persona.” Pero a su juicio, la primera persona debe ser usada en un relato siempre que esté “justificada.”
“No se trata de citarse de manera vanidosa, sino de manera que mi presencia enriquezca el texto, aportando datos nuevos o por estar en una situación reveladora que no sería creíble si uno no apareciera dentro de la escena,” explicó.
Leer para enriquecer el vocabulario: Para Salcedo, la única forma de “evitar los lugares comunes” es leer mucho. “Tener un universo lingüístico muy amplio” es importante para enriquecer el relato. “Cuando una persona utiliza frases como ‘el cuerpo como una guitarra’ o ‘el cabello azabache’ está demostrando que no lee.”
Salcedo agregó que “el lenguaje no se conoce solo a través de la intuición o talento” ya que “de uno mismo depende ir enriqueciéndose en el camino.”

CONSEJOS PARA ESCRIBIR CRÓNICAS

http://ijnet.org/es/blog/cinco-consejos-para-escribir-una-buena-cr%C3%B3nica-period%C3%ADstica

lunes, 5 de febrero de 2018

El Eclipse

Augusto Monterroso

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Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topogáfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo de su labor redentora Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible, que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. -Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.



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AUGUSTO MONTERROSO

BIOGRAFÍA
Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras, era hijo de la hondureña Amelia Bonilla y el guatemalteco Vicente Monterroso. En su casa reinaba un ambiente bohemio. La familia regentaba una imprenta que editaba el periódico Sucesos. A los once años abandonó la escuela y se volvió autodidacta.
En 1936 la familia se trasladó a Guatemala, donde pasó su infancia y juventud. Fundó en 1940 la Asociación de artistas y escritores jóvenes de Guatemala. Publicó sus primeros cuentos en la revista Acento y en el periódico El Imparcial, mientras trabaja clandestinamente contra la dictadura de Jorge Ubico. Firmó el Memorial de los 311, en el que se pedía la renuncia de Ubico y, tras la caída del dictador, creó con otros escritores el diario El Espectador. Finalmente fue detenido por orden del general Federico Ponce Valdés y tuvo que exiliarse  a México. Poco después triunfó en Guatemala el gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz y Monterroso fue nombrado para un cargo menor en la embajada de Guatemala en México. Su destino quedó ya ligado a México, donde permanecería el resto de su vida, desde 1945 hasta 1952 en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1952 publicó en México «El concierto» y «El eclipse», dos cuentos breves.
Al año siguiente se casó con la mexicana Dolores Yáñez, con quien tuvo una hija: Marcela.Se trasladaron a Bolivia al ser nombrado cónsul de Guatemala en La Paz.
Cuando Jacobo Arbenz fue derrocado en Guatemala, en 1954, renunció a su cargo de cónsul de Guatemala en La Paz y se trasladó a Santiago de Chile. En el país andino trabó amistad con Pablo Neruda, a quien visitó en Isla Negra y con quien colaboró en la Gaceta de Chile.
En 1956 regresó definitivamente a la Ciudad de México y desde entonces trabajó en diferentes cargos relacionados con el mundo académico y editorial: profesor del curso «Cervantes y el Quijote» en la UNAM; investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, codirector y posteriormente director de la colección «Nuestros clásicos», jefe de redacción de la Revista de la Universidad de México y becario de El Colegio de México para estudios de Filología. Trabajó también como corrector de pruebas en la prestigiosa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica y como redactor en la Revista de la Universidad de México.
En 1959 publicó Obras completas (y otros cuentos), su primer libro, que incluye el cuento más breve de la literatura hispanoamericana, El dinosaurio.
Fue invitado por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara a la ceremonia de iniciación de la campaña de alfabetización en La Habana. Desde esa fecha viajó en numerosas ocasiones a Cuba, bien como miembro jurado del Premio Casa de las Américas, bien como invitado a conferencias y congresos de intelectuales.
En 1962 se casó con Milagros Esguerra, colombiana y madre de su segunda hija, María, que nació en 1966.
Viajó a Europa (París, Londres, Barcelona, Madrid, y diversas capitales de los entonces todavía países comunistas, los del Este de Europa), en 1967, y en  1970 impartió el Taller de Cuento de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, así como el Taller de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes, allí conoció a Bárbara Jacobs, que participaba en esos talleres y que se convertiría en su esposa. Los dos compartían idéntica pasión por la lectura, los viajes literarios y la vida sosegada,  y juntos llevaron a cabo la recopilación y posterior publicación de Antología del cuento triste (1992).
Le fue otorgado en 1975 el Premio Xavier Villaurrutia, uno de los más prestigiosos de México, y viajó a Varsovia, ciudad en la que coincidió con Juan Rulfo y Julio Cortázar.
En 1978 publicó su única novela Lo demás es silencio.
En 1993 regresó a Guatemala al ser nombrado miembro de la Academia Guatemalteca de la lengua.
En México recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe. Murió en Ciudad de México el 8 de febrero de 2003.
Monterroso es considerado como uno de los maestros del microrrelato.Su relato Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, ha sido considerada como el relato más breve de la literatura.


BIBLIOGRAFÍA
Obras completas (y otros cuentos) (1959)
La oveja negra y demás fábulas (1969)
Movimiento perpetuo (1972)
Lo demás es silencio (1978)
Viaje al centro de la fábula (1981)
La palabra mágica (1983)
La letra e: fragmentos de un diario (1987)
Los buscadores de oro (1993)
La vaca (1998)
Pájaros de Hispanoamérica (2002)
Literatura y vida (2004)


PREMIOS
Premio nacional de cuento Saker Ti, Guatemala (1952)
Premio Villaurrutia (1975)
Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1996)
Premio Nacional Miguel Ángel Asturias, Guatemala (1997)
Premio Felipe Herrera Lane a la Integración Cultural y el Desarrollo de América Latina y el Caribe, en Santiago de Chile (1999)
Príncipe de Asturias de las Letras (2000)

ENLACES

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