miércoles, 5 de junio de 2024

ESCRITURA CREATIVA. CUENTOS DE RALISMO SUCIO FANTÁSTICO DE VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES

 

LOS FRÍOS RÍOS DE SANGRE



 

 

“Ya no. Ahora gime mientras la sangre fluye espesa de las heridas de su cabeza y sus ojos amarillos y desenfocados se mueven de un lado a otro buscando desesperadamente la claridad, buscando algún significado entre la desolación y la oscuridad que le rodea. Debe de sentirse muy solo.”

Escoria

Irvine Welsh

 


 I

 

      El capitán de policía Tomás Hurtado, estaba casi hecho polvo. Como ese polvillo fluorescente que intoxicaba su fluido vital. En aquel muy enrevesado cerebro suyo de sabueso. Amaba las requisas nocturnas en que BINGO, hallaba su poco de mierda diaria. Requisaba travestis y rameras enanas. Fetiche muy de él. Era el área metropolitana del Valle de Aburrá. Era el año 2124, Neomedellín era una cloaca infernal a cielo abierto. Una ciudad de androides prostituidas. De travestis vampíricos. De brujas y demonios que dominaban las mafias con arte de magia negra y violencia en demasía. De duendes pedófilos y extranjeros de esa misma extirpe lúbrica. De gente desquiciada y aromas a basura, heces, vómitos y detritus. De un miasma que corría por donde otrora el Río Medellín.

Los autos y las motos y otros autómatas voladores y chatarras del siglo veinte se arrastraban.  Arrasaban las máquinas volanderas las cabelleras fosforescentes de los punks. Los perros callejeros lamían su sexo purulento. El capitán Tomás Hurtado, era un maldito bebedor convulso de Jack Daniels. Un perdedor. Un Sergio Stepansky. Un Policía corrupto como todos. Con su metro y medio de estatura, su alopecia, ojos amarillos de batracio y ese sombrerito de duende, sentía un gusto especial por golpear a los travestis en el Parque de las gordas de Botero. Estas habían sido vandalizadas de formas churretosas. Con falos en la cara. Grafitadas. Decapitadas. Cagadas y meadas por rameras y travestidos con tres tetas. Los androides vomitaban allí un aceite amarillo como bilis.

Allí las prostitutas famélicas inyectaban porquerías en sus venas. Allí iba El capi a realizar sus requisas cuando el síndrome de abstinencia daba coces en su esternón. Pero de adentro hacia afuera. Y relinchando un dragón en su intestino grueso. Gritó a las travestidos de tres tetas que, se amancebaban. Rehuyendo de la gélida ventisca. El parque estaba lleno de basura tecnológica, detritus, heces y otras escorias humanas. Fluían fríos ríos de sangre desde las montañas de Neomedellín:

-       ¡Buenas noches los señoritos!

-       Buenas noches mi general…

-       Ya dejando las mariconadas, ¿A ver, ¿dónde están sus credenciales? ¡A ver mis amores? En fila zorras, YAAA, FIRMEEES.

-       Uyyyy sí, firmes…

-       A ver, dejando tanta mariconería, como dijo el papa Francisco hace casi un siglo maricones.

-       Ayy tan charro…

-       A CALLAR: Cabo Ruíz, requise a estos hijos de puta.

 

 Gritó el capitán Hurtado, que, con su metro y medio, lucía como un duende con esos ojos exorbitantes por la adrenalina y los polvos fucsia que esnifaba como un elefante de ansiedad. Recordaba los tiempos de la academia de policías, en Neobogotá, cuando iba con sus amigos neonazis a patear gente que dormía en los pórticos de los edificios en el centro, y bajo el metro. Allí donde vivían los zombies. Eso fue hasta cuando entraron los policías androides a la fuerza…

-       Ay tan charro, “buenas-noches-mi-amor", ¿cómo estás de bello? – Coqueteó absurdamente uno de los prostitutos con tres tetas de silicona barata. – Ven y me requisás mi amor, tan bello… -Se carcajeó mostrando sus dientes de caballo atiborrado de analgésicos y asteroides para sus senos falaces. El capitán clavó un gancho en su abdomen flácido.

-       … Ahora sí cagáte de la risa maricón… Cabo Ruíz, requise a éetos cabrones…

-       Y vos ¿Por qué putas te estás riendo, decíme pues putico, maricón, muy calenturiento pues guevóncito, decíme y te relamo a punta de culatazos so puto hijueputa? -Masculló entre espumarajos el Capitán Hurtado…

-       … Yo no me estoy riendo capitán… Yo sólo decía…

-       Calláte ya pues… -Y cuando iba a reventar sus labios pintarrajeados de lapislázuli y fucsia, vio algo increíble.

Sí, el travesti con un falo negro insertado en la frente (como era la moda) estaba sonriendo. Además, más allá de la comisura de sus pálidos labios, parecía crecer algo. Sus colmillos. Crecieron. Y crecieron. El capitán Hurtado vio cómo ahora, la ramera temía fauces de chacal. De murciélago maldito. Los otros desesperaron. Los tres inyectaron sus ojos de sangre. Refulgieron sus colmillos hipodérmicos de cobra asiática y aciaga. El capitán vio cómo clavaban éstos en los cuellos pálidos del cabo Ruíz, el estúpido novato. Que de paso sea dicho, no alcanzó a ir al Club de chicas esa noche a beber espumosas bebidas. En fin… Tomás gritó que qué maldita cosa era eso. Desenfundó su 9mm con mira laser roja.  La puso en la frente de la execrable vampiro-travesti de tres tetas y accionó el gatillo. Tres malditas veces. BANG… BANG… BANG… Cayó… Los otros volaron como chimbilacos… El capitán les requisó. Temblaba cual Rin-Rin renacuajo. Encontró una bolsa con un polvo de colores estrambóticos, que nunca antes había visto… O inhalado… Lo guardó en el bolsillo de su chaleco antibalas… Llamó refuerzos. “Central, aquí el capitán Hurtado, cambio”, “Sí diga”, “Hombres caído, repito, hom…”, “Sí, Sí, ya oímos, cambio y fuera”.  Y esa cosa asquerosa… Había un reguero de algo amarillento, como mostaza echada a perder. Recordó el caso del asqueroso hombre dedos de salchicha… El muy degenerado… Seria la cosa. En fin… Los forenses confirmarían sus horrores: sí, era sangre fría… Todo un río.

 

II

 

   El Capitán Hurtado sabía que algo olía mal. La mercancía estaba más que buena. Era pura. ¡Pero qué diablos hacían allí esa especie de vampiros-travestís? Claro. Con la ingeniería genética, estos locos lograron ser vampiros. Y travestis. Se ponían prótesis positrónicas de penes en la frente. Otros preferían dos o tres miembros que alumbraban con luces tecnicolores. Otros producían feromonas que atraían clientes. Medellintrespuntocero era la sodomogomorroma. La Nueva Era era una especie de reinado del Horror hórrido y lo más corrupto del proceso alquímico fracasado.

Así es que no esperó reforzar su retaguardia. Avanzó. Se sentía un puma. Al menos un gato rapaz, una especie de felino cósmico. Estaba en ese viaje de la vida que lleva la muerte. Está claro. Estimado lector, está más que omitido por lo preclaro del asunto. Ese polvo que a veces lamía como una salamanqueja ebria de delirio, eso, le tenía volando como esos chimbilacos en los que descargó su nueve milímetros.

Hurtado nunca supo cómo llegó a ser capitán. Mató a algunos obstáculos. Siguió los consejos de su madre, antigua “Fiscal de Hierro” de Neoibagué. Ella le enseñó:

-       Primero disparas a las piernas… Luego a la cabeza. Sin preguntas y te vas.

-       Por supuesto madre.

     -Y si queda mucho, a cualquier potrero, que eso los chulos llegan y se van con eso entre las tripas… Y con tanto gallinazo… eso se pierde en una mar de mierda… En un frío río de sangre… - Recordaba el capitán Hurtado las palabras de su querida madre.

Subió por los laberintos intrincados como escaleras de caracolas submarinas. Su mente era una licuadora de carne. Sudaba aceite con olor acre, como a cianuro bajando por el gaznate. Todo apestaba a orín de perros, aceite quemado de androides y sangre amarilla. Recordaba que hacía un frío infernal. Que había vampiros-travestis por ahí… Que deseaba esnifar ese polvo fosfórico… Que su mente era un caballo de fuego galopando en las montañas de hielo de la locura.

 

 

III

 

   El capitán Hurtado ya sabía de estos casos bizarros. Cuando trabajó en Neobogotá, supo de una secta de vampiros-travestidos. Al lado de la ciudad donde vivían los contagiados por diversos virus. Tras la gran muralla erigida contra el lumpen sidoso del sur, vivían esos seres que gozaban inyectándose sangre podrida con toda clase de inmundicias. Al parecer ahí radicaba su culto maldito. Ahora los encontraba en Neomedellín. Estaban entre los callejones. En las terrazas de las comunas desbordadas de excrecencias. Las motos voladoras pasaban sobre las crestas de los punkeros y las rameras androides. Había surcoreanos, israelitas, y judíos de Neonuevayork. También hindúes pedófilos de Neonuevadelhi. Bajo esos sucios turbantes color naranja. Y de todas partes del mundo abyecto del 2124.  

Hurtado iba sobre un corcel de pulsaciones. Las venas en sus sienes parecían reventar. Como cañerías rotas en invierno, el capitán divisó a lo lejos la sombra del perseguido. Disparó tres veces su arma con mira láser. El bicharraco con alas como de cucaracha, de murciélago enfermo emitió un chillido de perra malherida. Pronto el cielo se tiñó de una mancha como de mandriles con alas de quiróptero. Hurtado maldijo al cielo. Limpió la sangre que brotaba por sus fosas nasales. Su instinto de sabueso le dijo que debía retirarse. Solicitar apoyo. Y huyó como una comadreja por las cañerías de la ciudad horrenda.  

Para nadie era un secreto que las mafias eran dominadas por vampiros genéticamente alterados. La ingeniería de los robots había superado la imaginación de un Asimov o un Bradbury. Las mafias del narcotráfico en Neomedellín eran de una bizarría exquisita. Hurtado fue a los archivos de la policía tras escribir su informe. Allí halló datos reveladores sobre la tramoya en que se había involucrado.

El jefe de la mafia se llamaba alias “Choco-loco”. Era un vampiro travesti negro y enano con tres teticas. Así como sus escrúpulos. Había escalado en la institución criminal debido a su sevicia y barbarie. En los informes narraban que había alterado genéticamente todo un ejército de prostitutas androides y de vampiros que se vestían como drag-queens. Azotaban las calles con una nueva droga que convertía en vampiros a los jovencitos. Habían alterado a gatos que tenían cola de serpiente. Y a esa especie de mandriles voladores como en el Mago de Oz. Hurtado sabía que la corrupción había calado en el tuétano de la institución policial. Pero también que la mercancía que estaban distribuyendo le venía de mil maravillas. Quería hacer una redada y confiscarlo todo para sí.

En las fotos del archivo policiaco, alias “Choco-loco” lucía una sonrisa estúpida. Sabía que nunca lograrían aplicar el martillo de la ley sobre su cabezota de enano. Se vestía con terciopelo púrpura y unos lentes de color sangre. Parecía un rey de los pigmeos. Hurtado sabía que no lo lograría solo. Y que en la agencia todos estaban de parte de aquel minúsculo vampiro travesti. Era una locura. Recordaba cuando de niño veía esas viejas películas de vaqueros. Siempre quiso disparar al pecho de sus enemigos. Al corazón de estos malditos vampiros prostituidos justo en el corazón. Con balas de plata. Aunque ya no estaba seguro si esa era la forma correcta de matar a estos monstruos.

De repente, apareció en el sótano su compañero, el cabo Ruíz. Aún lucía el uniforme azul ensangrentado; no obstante, ya no gimoteaba ni sentía dolores agónicos. Ni se retorcía como una babosa en un kilo de sal rosada.

-       …Saludos mi capitán. ¿cómo vamos con la investigación? Esos hijos de puta me dieron. Pero yo lo acompaño mi jefe.

-       Cabo Ruíz, usted es muy guevón, le dije usara el chaleco antibalas. Bueno, ya hora qué, ya lo mataron viejo…

-       Sí, sí, sí; pero le ayudaré mi capi.

-       Bueno, vamos a ir a hacerles una redada a esos cabrones.

-       Señor sí señor.

-       Mirá a este enano hijueputa, eh ave María…

-       Ahh… El tal “Choco-loco”, ese en un vampiro enano negro y travesti mi Capi. Tiene tres tetas horribles -Hurtado lo miró como con el ojo del trasero. – Usted si es bien guevón no Ruíz. Por eso lo mataron chinazo.

-       Tranquilo mi capi, yo lo voy a acompañar mi capi Hurtado.

-       Bueno, bueno, vamos pues que aquí tengo unos datos… Vamos pues guevoncito. ¿Quiere un cigarro?

-       Sí, sí, mi capitán.

Encendió el pitillo. El humo se escapaba por los orificios de las balas. Tosía. Hurtado entró al bañó. Se espolvoreó las fauces con aquel polvo fosforescente. Sus pupilas se dilataron siete veces. Salieron de la Estación rumbó a la guarida de aquel enano negro que dominaba las mafias en el Valle de Aburrá. Subieron al automóvil. Encendieron las luces roji-azules y la sirena chilló como una perra en celo. Llovía una mezcla de ácidos y smog sobre Neomedellín. En las esquinas, las rameras androides que trabajaban para alias “Choco-loco”, vomitaban aceite amarrillo sobre el asfalto negro de la pútrida ciudad apocalíptica. Hurtado tenía sed. Así es que invitó al cabo Ruíz a un antro en el centro. Se preparaban para subir a las comunas donde, según los informes de los policías corruptos, se hallaba el castillo de aquel vampiro enano negro travesti. Aceleraron el motor. Hurtado arrojó una colilla por la ventana. En el cielo parecían seguirlo gatos voladores con colas de serpiente. Y alguno que otro mandril volandero. El automóvil-patrulla también se elevó por los aires fétidos de Neomedellín. Voló entre rascacielos y edificios abandonados, donde pululaban los toxicómanos, las rameras androides y esos horrendos travestis vampíricos.

 

IV

   El apodado “Choco-loco” no era más que un enano negro, que devino en vampiro travesti gracias a la ingeniería genética. Los avances de la ciencia eran cosa ridícula. Estos nuevos “dráculas” no bebían sino sangre de niñas. Otros se inyectaban porquerías como sangre con diversos virus en su organismo. Muchos, en efecto estaban muertos hacía años. Algo, esas sustancias extrañas los mantenían vivos cual muertos vivientes. Cadáveres vivos. Iban por ahí revoloteando lo mismo que chimbilacos.

-Síiiiii, deseo otra niña para desayunar…

Decía el patrón “Chocoloco” a sus brujas. Estas viejas mañosas en verdad eran travestis ancianos. Desempeñaban el rol de las antiquísimas sibilas. Eran una especie de oráculo ciego al que acudía el enano negro para la toma de decisiones.

-       Noooo, ya no quedan jefecito.

-       Síiiii, han de haber por ahí… Quiero, quiero, quiero.,.

Reclamaba el estúpido jefe vampiro. Era un enano nacido en Neoquibdó. Había nacido en el año 2100. Su familia pertenecía a ingenieros y científicos locos de Neotokio que, hartos de la radiación en su isla nipona, decidieron vivir en Neocolombia. No importaba la violencia exacerbada. Había rumores sobre lagartos mutantes en el fondo del mar de Neohong-Kong. Quizá tras el virulento ataque del 2069, causado por los chinos, que diezmó en un cincuenta porciento la población mundial, no hubiesen tomado tal decisión. Pero como en este país suramericano era permitida la esclavitud de todo tipo, lo hicieron. Compraron la familia de enanos negros y jugaron con ellos a ser Dios. Al pequeño Emilio Pablo Mosquera, por ejemplo, lo convirtieron en una especie de vampiro travesti. Le pusieron tres pequeñas tetas, como era la moda en las colonias marcianas. También en todo el lejano oriente asiático.

-       ¡Qué tetas más lindas!… - Exclamaba el ingeniero japonés al pequeño Mosquera, que lo miraba desde el fondo del infierno.

-       Por favor mátenme.

-       ¿Pelo como acurrirsete eso? – preguntaba la ingeniera químico-electrónico-mecánica.

-       …Mátenme como a mis padres…

-         ¡Enano tonto: ellos estál en cliogenia pala después haceles zombies neglo idiota!

-       Mátenme por favor… -Gemía el pequeño enano negro vampiro travesti.

Pero no desfalleció. El animal carroñero en que se convirtió su alma se alimentaba del odio que exhumaba en silencio. Creció, o mejor, pasaron los años de encierro y experimentos. Hasta que un día, tras múltiples serendipias y escamoteos de los científicos, lograron que volara como un murciélago. Parecía un globo de feria; pero volaba. Los científicos locos del país del sol naciente, que eran neogóticos, amaban a Frankenstein de Shelley. Era su clásico favorito. Ahora el jovencito Mosquera tenía alas. Y claro, se alimentaba de diversos aceites, fluidos y por qué no, de sangre. Su fuerza también aumentó, así como sus instintos de animal asesino. Por eso, cuando esa noche, los científicos locos celebraban con ciertos minerales y sales que los transformaban en una especie de míster Hyde (aunque en un estado de total paroxismo sedante, como una estatua estupefacta ante el horror de la vida), el en adelante “Choco-loco” los destrozó con sus colmillitos amarillentos. Violó sus cadáveres con la pasión de un necrófilo enamorado y salió volando. Voló por la ventana de la mansión de aquestos ingenieros dementes. Huyó hacia la ciudad, donde formaría un imperio aterrador. Un ejército de vampiros travestis. De duendes violadores de niños. Y de ancianos travestidos que vaticinaba en sus sueños de bazuco, como dijera el antiguo Fernando Vallejo, que fue canonizado en el 2090 por parte de un alcalde pedófilo y fascistoide que subió al poder en Neomedellín.

Allí halló el caldo de cultivo perfecto. Acabó pronto con el crimen organizado y sembró su caos. Con los experimentos de sus padres, ahora tenía los conocimientos necesarios para crear poderosas sustancias que transformaban a los adictos en vampiros travestis. Pronto su nombre retumbó en la ciudad. En el país. En todos lados. Y claro, la proliferación de estos seres llamó la atención mundial.

No sin cierta hipocresía, pues el fenómeno era antiguo en las colonias de Marte, de la Luna, en estaciones espaciales y en países asiáticos y del Medio Oriente.

Por eso ahora el capitán Hurtado, junto a su colega baleado, el cabo Ruíz, pretendían desarticular esta banda. Hacer justicia en un mundo asquerosos plagado de corrupción, violencia y muerte. Un país donde todos estaban ancianos. O eran grises adultos. No había niños. O quizá escondidos en cavernas, en grutas o bajo el mar. Eran una rareza. Porque la población había sido reducida por un virus mortal que atacaba a los más pequeños. Y porque había sido legalizada la pedofilia. Y los asesinos violadores de infantes se había multiplicado por diez millones por ciento. Por ejemplo, la hija del capitán Tomás Hurtado, fue raptada de su bunker… Siempre intuyó que por esos estúpidos vampiros travestis devora niños. Él mismo casi lo fue de niño… Y conocía de demasiados casos. Varios de ellos cuando trabajó en Neobogotá… De allí muchas de sus pesadillas… De sus adicciones… De sus monstruos intestinales y mentales. Decía para sus adentros, mientras volaba en la patrulla con el cadáver del cabo Ruíz al lado. Este fumaba un pitillo, y el humo azul escapaba por las heridas abiertas en su pecho. Y aceleraba a fondo como si estuviera a punto de llegar a un orgasmo. Iban a visitar al maldito enano negro… Y a buscar su medicina, pues sentía bajar el sudor frío por su lomo de bestia en celo.

 

V

 

   Iban a la velocidad hipersónica de las ideas alteradas como sus estados de conciencia.  El capitán Hurtado había esnifado toda la bolsa del polvo fluorescente. Y Ruíz, fumaba como una locomotora del siglo XIX. Por poco chocan con una ambulancia que quizá llevaba a alguien transformado en vampiro. Era una cosa seria ese alias “Choco-loco”. Pero no tenían pistas. Iban a la deriva. Sin embargo, el cabo Ruíz tenía una idea. Dijo:

   -Mi capi, tengo una idea.

   -A ver con tu “ideota” pequeño cretino, desembucha.

   -Como has de saber, mi capi, antes de ingresar a la Fuerza estudiaba en la Universidad… Pero bueno, quise ver este desaguisado mundo del hampa en vivo y la acción y la aventura y…

   -Y las balas ¿no idiota?, ya ves que te mataron… Sí, sí lo recuerdo. Y eso de los poemitas y tus idioteces fantástico-mito-lógico-poéticas-realistas, ¿cómo era esa mierda de tesis tuya?

   -Sí señor, la magia del pensamiento mito-poético en la actualidad: asedios a una dicotomía… entre el mito y la realidad… nuestra literatura neocolombiana… Pero bueno, lo que quiero decir es esto: podemos ir al Bar Kafka. Allí tengo unos viejos camaradas que quizá sepan algo de este enano vampiro negro travesti de tres tetas feas, ellos seguro nos llevarán a una pista… A capturar al monstruo. ¿Qué opina capi?

    -Pues no se diga más, vamos al Bar Kafka, además estoy sediento…

Aterrizaron en el sucio callejón sin salida de la calle 13 con Avenida 69, en el barrio rojo de las putas androides. Algunas con tres senos, imitaban la moda marciana. También los vampiros travestis lo habían hecho. Incluido el enano de “Choco-loco”. Decían que habían implantado en su cuerpo el falo de un pony. Al menos ese fue el chismorreo o la ficción de un tal Hank, o Charles Bukowski, que bebía en la barra del desaliñado bar. Una luz ocre, como con mal aliento, medio inundaba de un vaho lumínico el antro. El capitán aseguró su arma al cinto. El cabo Ruíz, saludó a otro bar de ebrios que acompañaban al primer gañán.

-       Saludos camaradas, ¿qué tal el jaleo?

-       ¡Ea! Tiempo ha de verte pequeño, ¿y qué te trae por estos lares, ea, pareces herido? ¿Qué acaso te han baleado pequeño orate? -Preguntó el viejo barbudo con olor a ron. Era Ernest Hemingway, quien lucía un ojo con tono purpura. Como el beso de un puñetazo.

-       ¡Viejo canalla! Por supuesto que me han asesinado. Pero es poca cosa. Sin importancia. ¡Y tú, gorila apestoso, qué tal todo?

 Inquirió el cabo Ruíz al viejo Míster Edgar Allan Poe, al fondo de la barra. Éste asintió con un ademán melancólico y vació su treceava jarra de ginebra. Se bamboleó y salió de la taberna seguido por un gato negro. 

-       Bien, siéntense y acompáñenos con una jarra, Mesero, ¡cerveza para la mesa!

Gritó el jacarandoso Charles Bukowski, mientras contaba cómo había molido a Hemingway en una pelea de boxeo la semana pasada. Lo habían hecho por algunos billetes y claro, por diversión. Hank contaba que tenía dos costillas rotas. Y el viejo Ernest Hemingway había perdido dos dientes y había adquirido esas bolsas marrones bajo sus ojos. Luego continuarían. Era una cosa seria este par de personajes. Trataban de convencer a la madre Teresa de Calcuta de reñir en el fango contra Margaret Thatcher, la Dama de Hierro. Aunque se inclinaban más por Erzébet Báthory, la condesa Sangrienta. Las conversaciones seguían en pie, allá en el Infierno.    

-       Y a propósito amigos, eso nos trae a nuestros asuntos.

-       ¿A qué te refieres? -Preguntó Ernest, fumando un habano.

-       Vengo a ustedes por pistas señores.

-       ¿De qué tipo de pistas estamos hablando? -Preguntó Bukoswski. Apuró su cerveza.

-       De las huellas de un monstruo. Ya he revisado, caballeros, la evidencia de Goethe, de Coleridge, Polidori, Gautier, Tolstói, Dumas, Sheridan Le Fanu, Crawford. Torres y Quiroga y de Calcaño… Nada. Nada útil sobre vampiros enanos travestis, menos con tres tetas ni negroides, ni esa fascinación narcisista por el asesinato de niños y el tráfico de esa mierda que los está convirtiendo a todos en chupasangres adictos… ¿Algo qué decir sobre el llamado “Choco-loco” ?, ¿ese enano maldito?

-       Cielos, muchacho, pareces drogado… -Dijo Hemingway. Fumaba su puro.

-       Cabo Ruíz: ¿Qué es toda esta palabrería?

-       Mi capi, es lo que he investigado. Pero estos vampiros del siglo XIX y XX, eran unas mansas palomas al lado de nuestro monstruo y…

-       Y perdemos el tiempo. Larguémonos, subamos a las cimas, por allá debe esconderse ese enano vampiro de mierda…

-       Se equivoca, señor. Si ha de estar en alguna parte, es en el Infierno. O en los Sótanos del Infierno, una discoteca 24 horas bajo el Averno mismo. Sólo ingresan los más malvados. Los amigos de Lucifer mismo. Ya se sabe: es un club de travestis, vampiros, duendes pederastas, brujas flatulentas que pretenden ser el orá-culo de Delfos… Coincide con sus descripciones…

-       Así es… Si desean los acompañamos, no está muy lejos… -Dijo Bukowski y tras esto sorbió su cerveza alemana. Eructó incólume.

-       …Podría resultar… -Dijo el Capitán Hurtado, pensado en la bolsa de polvo fosforescente vacía…

-       Vamos.

-       Vamos.

-       Vamos

-       Irémos, ¡EA!.

 

Dijo Ernest Hemingway, con voz de marinero curtido, de viejo lobo marino, como quien se apresta a arrojarse al descenso al Infierno. Llevaron una botella de ron, algunas cervezas y se adentraron por oscuros callejos de Neomedellín. Afuera, Míster Poe yacía entre un montón de bolsas de basuras y cadáveres. Le patearon. Estaba vivo aún. Lo incorporaron y tras algunas bofetadas. Reaccionó. Parecía atravesar un delirium tremens… Tras unos tragos de licor, volvió en sí… Sacudió su cabeza y unas palmaditas en la espada del cabo Ruíz, y un “ánimo maestro”, decidió acompañarlos en aquella aventura fantasmagórica. Hacía el Infierno.

 

 

VI

   Caminaban cerca de la Catedral Metropolitana de Neomedellín. O al menos de sus ruinas. Allí pernoctaban rameras sifilíticas y toxicómanos a punto de convertirse en vampiros travestis. Había algunos por allí pero el capitán Hurtado decidió no llamar refuerzos de androides policías ni disparar su arma de mira láser. Hemingway recordó los campos destruidos de la Primera Guerra Mundial y en los campos de batalla de la Guerra Civil en España. Los bombardeos de la Fuerza aérea Nazi sobre Guernica. Los mismo aquí en Neomedellín en el 2124. Un panorama demolido por la sordidez. En fin. El cabo Ruíz recordó que debían ir atento. Sus heridas sangraban a borbotones. Así es que dijo: “camaradas estoy un poco cansado. He decidido continuar el descenso como un gato negro. Con cola de serpiente. Mas mantendré mi rostro humano. Por favor, Míster Edgar Allan Poe: ¿podría ir en sus hombros? Mr. Poe, que era amante de los gatitos, dijo que no había problema amigo. Bukowski advirtió un grafiti sobre el ingreso a las cloacas, en los canales de lo que años atrás fuese el Río Medellín, decía:

 

“LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH´ENTRATE”

 

-       ¿Qué dice ahí señores? -Preguntó el capitán Hurtado.

-       “Dejad toda esperanza, vosotros los que entráis”… Es de Dante, en la Comedia…- Comentó Míster Edgar Allan Poe que ya no parecía alucinar. Llevaba al cabo Ruíz, que se lamía el costado. Maulló algo en asentimiento.

-       Pues bien, amigos, aquí conviene dejar atrás toda cobardía, Ya veréis como en el Limbo torturan al pobre Epicuro. Lo acusan de haber burlado el miedo de Dios. Y Todas esas preguntas que le ponen en ridículo frente a la cuestión del mal y su omnipotencia, omnibenevolencia, omnisapiencia en entredicho… en fin amigos míos. Abandonad el temor a la muerte… Y al viejo Barbudo de allá arriba…- Dijo Bukowski tras eructar, y señalando hacia arriba con el dedo corazón erecto. 

Vieron cómo en efecto, una especie de duendes cornudos atizaban al viejo Epicuro en una jaula de pájaros gigantes. Le rechiflaban no con poca lujuria. Con ojos de gula y avaricia y prodigalidad. Descendían y descendían. En otros meandros del periplo, observaron cómo unos vampiros travestidos con cuernos y tres senos escurridísimos que se arrastraban por la suciedad del suelo húmedo y plagado de hongos, se relamían con lenguas bifurcadas entre gritos jactanciosos. Estos azotaban con ira al hereje de Friedrich Nietzsche. Este estaba convertido en una especie de camello con patas y cola de león y cabeza de niño. Pero estos lo azotaban con látigos de fuego. Tres caballos se unieron a la faena. Con látigos de hielo. Y hete aquí que nuestros héroes se vieron bajo un bosque de árboles suicidas, Donde moraban harpías y el olor a violencia y destrucción se hizo mucho más putrefacto.

Bajaron hasta la Boca de Lucifer. Y luego a los Sótanos del Infierno. En verdad a nadie allí parecía importar la presencia de este grupo. Los miraban y reían. Allí ya todo estaba plagado de vampiros travestidos. De duendes endiablados. De espíritus erráticos y abyectos. De brujas flatulentas y mezquinas que en realidad eran ancianos vestidos de sibilas.  El capitán Tomás Hurtado creía que era un error. Al diablo aquellos malditos polvos fosforescentes. Las luces de neón del antro, así como la estridencia de la música no permitía oír lo que decía el cabo Ruíz ni Míster Poe. Bukowski sonreía mayestático de ebriedad. Hemingway quizá pensaba en una isla en el mar Caribe o una cacería en el Kilimanjaro o una corrida de Toros en Barcelona.  Cielo. Mierda Dios... “No debí descender al Infierno”. Pensaba el capitán Hurtado, al ver al enorme Lucifer bailando reguetón con el maldito vampiro enano negro y travesti de tres téticas, apodado “Choco-loco” en el mundo del crimen organizado de Neomedellín.

 

 

VII

 

   Y Bien, resulta que el mismísimo Lucifer, con su cabeza de tres rostros y ese descomunal cuerpo de caballo o macho cabrío, se había enamorado del enano vampiro negro travesti de tres teticas sintéticas. Le decía “mi cucarroncito. Mi chimbilaquito. Mi sabandija. Mi renacuajo. Mi cucarachita. Mi murcielaguito asqueroso y mi chaparrín chaparrón”. Y sonreía de formas estúpidas entre esos remilgos. Vestía un tutú rosa o fucsia o a veces verde fosfórico. Y usaba una barita de hada-madrina. A veces patinaba por el Infierno en minifaldas. Por supuesto, el pequeño bastardo vampiro negro se aprovechaba de esto para sembrar el terror en Neomedellín y por qué no, en toda la galaxia. Lucifer, vestía un top. Una lycra con medias de malla verde fosforescente. Usaba rímel y lápiz-labial. Y claro, de allí había salido ese enjambre de vampiros travestidos. Cuando nuestros amigos fueron sorprendidos, era demasiado tarde. Mientras “Choco-loco” tomaba un baño de semen de adolescentes vírgenes luego de bañarse en sangre de niños inocentes, fueron señalados por algún demonio. Aquel enano vampiro negro, con tres téticas de travestido, sería coronado como el nuevo Anticristo. Arrojarían sobre el mundo un virus cataclísmico. Una pandemia de magnitudes bíblicas. Al final, era él el protegido de Lucifer. Y éste de todos los dioses. En especial de Dios, Yavhé y Alá. Los más perversos de todos los jefes criminales de la Historia. También eran líderes de la organización Jesús-Cristo, alias “Cristoloco”, y Mahoma alias “El voraz” o “El Indigno y Desconfiable”.

 

El cabo Ruíz maullaba desesperado. Sabía que nada podría detener las intenciones macabras de aquel grupo criminal. Fue devorado por una enorme rata Rey. Que se carcajeaba como algún presidente pedófilo en una orgía de trece días. El capitán Hurtado corrió por la rampa, tratando de huir. Disparó su arma 9 mm de mira láser contra todos allí. Fue en vano. Pronto fue reducido y llevado a la recámara de Lucifer. Allí sería sodomizado por una larga fila de vampiros travestis que lo habían seguido desde la entrada de la cloaca. Afuera en Neomedellín, habría un imbécil policía menos. Si no trabajaba para ellos, debía desaparecer. Míster Edgar Alan Poe, Ernest Hemingway y Charles Bukowski se sentaron a la barra. Bebieron Bourbon. Discutieron sobre la maldad en el mundo. Poe habló sobre el demonio de la perversidad. Bukowski se declaró a favor de la guerra. Iniciaron una trifulca contra algunos duendes con cuernitos que bebían bloodymarys.

Afuera pronto iniciaría el Apocalipsis. Todo estaba perdido sin remedio. Eso se supo de más cuando, antes de ser acometido por el mismo Lucifer, el capitán Tomás Hurtado gimoteó:

-       ¡NOOOO¡¡Dios mío cómo es posible tanta maldad en este mundo!¡Dios mío, por favor, ayúdame!

-       ¡JAJAJAJAJA¡, imbécil… Retumbó una voz estertórea, (como tres voces a la vez en realidad) tras bambalinas…

El capitán Hurtado no dio crédito a sus ojos: se trataba de la estampa del mismísimo Jesús Cristo, como si fuera una estrella de Rock and Roll. Iba con una enorme paloma negra de tres metros de altura que mascaba chicles y bebía cocteles margarita. Llevaba gafas Rayban de piloto de guerra. Fumaba un pitillo Marlboro. Y junto a ellos, levitaba un enorme ojo rojo dentro de un gran triángulo de oro. Se carcajeaban. Su empresa criminal daba frutos y dividendos. Tomaron asiento en un sofá de terciopelo purpúreo. Contemplarían la sodomía sádica y masoquista. Olerían el miedo del capitán al sentir cómo sus ojos amarillos se apagaban inextricablemente. Rodeados de penumbras infames. De desolación y muerte. Lucifer se reía como un querubín rebelde que hubiera inhalado sustancias tóxicas o pegamento industrial. Sentó al enano vampiro negro y travesti de tres téticas en sus piernas mientras lo acariciaba como a un gatito. Le apretaba los pezones. Éste soltaba hipos y risitas. También Dios (los tres, a decir verdad) sonreía ebrio de cólera y una luctuosa lujuria. Trajeron más bebidas y polvos fluorescentes. Ya verían cómo el mundo entero -así como el capitán Tomás Hurtado- se hacían polvo para siempre.

 





FIN

 

POR:

VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA,

Miércoles 05 de junio de 2024

ESCRITURA CREATIVA VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES. Fruto del taller Relata 2024.

 

LA NOCHE ROJA





 

“La noche envuelve guerreros moribundos y

 el salvaje lamento de sus fragmentadas bocas.

Quieta en el espesor de los sauces

 -nube roja habitada por un dios iracundo-

la sangre es vertida en el frío de la luna”.

George Trakl

 

    Estoy aquí y ahora encerrado en el Panóptico de Ibagué. Suceden cosas extrañas... Es 31 de octubre de 1963. Sé que moriré… Cuentan que hace algunos años (el 19 de abril del 1948) cuando asesinaron a Gaitán en Bogotá, la Violencia se esparció como mar de disentería. Los internos de esta prisión rompieron todo. Saquearon. Violaron. Vitorearon los enemigos. Mataron a niñas, mujeres, ancianas, curas, monjitas... No reconocieron banderas rojas o azules, locos como estaban por el aguardiente. Hurtaron machetes y yataganes con que relamían la carne sedientos. El Tapa Roja y los Piel Roja mancharon con ese tono mortífero la tarde. En esa época tan sólo era un niño. Oyendo los desmanes de los bandoleros, en Santa-Isabel. Yo quería ser como ellos. Anhelaba abrir zanjas en los gaznates de mis adversarios. Con el paso del tiempo, oía las noticias en la radio. Quise unirme a la banda de Sangrenegra. Eran los años 60. Dejo esto escrito, porque presiento moriré esta noche roja. Como gallinazos al olisquear cadáveres. ¡Que se pudra el séquito del Monstruo Laureano Gómez! ¡¡¡ARRIBA EL PARTIDO LIBERAL!!!

Decía que, desde hace noches, he presentido revoloteos de una sombra por los tejados en forma de cruz. En éste Panóptico habían estado mi abuelo y tíos antes de 1948. Cuando reventó la turbamulta en Bogotá. Al Indio, (preso de la celda vecina) algo le asesinó anoche. Violó y picó a machete tres niñas y una mujer. Les hizo pedacitos “como para hacer tamales… JUAJUAJUAAA…”, decía el bellaco. Tras la matanza, éste quemó su chabola. Trató de huir al monte para unirse a la cuadrilla de Desquite. Allí lo rechazaron porque no quiso descuartizar a un policía godo que habían detenido en un retén cerca a Venadillo. Trató de esconderse en Anzoátegui. Mas fue delatado por su madre. La guardia del Panóptico lo halló exangüe. Tenía dos pequeños orificios en el gaznate. Apestaba a mierda. Como cuando en diciembre, mi tío -al que decían Patetarro- destripaba cerdos con un cuchillo mata-ganado. Transpiraba olor a occiso en la media noche roja y etílica de Navidad. Estábamos estupefactos… El Indio era un hijo de su ramera madre delatora. Goda que merecería ser decapitada. Yo le hubiese abierto el vientre. Puesto allí una gallina negra. Pero en verdad, la expresión de ese bastardo era la de una calavera atónita de horror.

La guardia no dice nada. Aterrados por atávicos miedos. Hablan de la misma maldición que devino tras los disturbios del 48. Cuando mataron al Caudillo y una nube de muerte se posó sobre este pozo de tristezas, miasmas y coagulaciones del alma. Murmullan. Gimen. Otros prisioneros antiguos, de esas épocas, cuentan chismorreos por los pasillos. Hablan de la Dama de negro. De la hechicera chupasangre que habían visto en los montes de Murillo.  Cerca al páramo del cañón del río Totare. Según cuentan en la prensa, Sangrenegra asesinó a 19 mujeres y niñas. Junto a Tarzán y el Capitán Venganza. Yo aquí encerrado, cuando debería estar con ellos haciendo cortes de franela. Sacando la lengua de los niños azules como corbatas. Haciendo incisiones de guargüeros. Hijos de cachiporras… Mi abuela sí contaba, que, por los montes, volaba una sombra con forma de gallinazo, murciélago. Una pava serpenteante. Con ojos chisporroteantes de fuego rojo. A veces, entraba revoloteando. Luego succionaba la sangre de los bebés. También los llevaba a la maraña. Tras ello, aparecía el cuerpecito escurrido. Sin ningún signo de vida. Secos como estropajo al sol de Ortega. Hablaban de una hechicera con alas de dragón.

Yo no creo del todo en esas majaderías. Ni porque aquí en el Panóptico, los godos estén de rodillas. Con esas camándulas de mojigatas. Rezan cual comadronas de Antioquia. Habría que abrirles zanjas en los vientres. Llenarlas de piedras y arrojarlas al río Magdalena. Como hizo antier el Mayor Sangrenegra. Leía El Espectador. Nulo será todo: que echen encima toda la tropa a los bandoleros: no los hallarán jamás. Porque ¿Acaso está rezado? ¡MAMOOOLAAA!… Cuentan, que las ráfagas no lo atraviesan. Porque se convierte en bruma insidiosa. El Indio tenía velones y altares. Hacía cosas raras. Dicen que fue él quien invocó esa abyección.  Anoche olieron una chamusquina de sangre podrida. Revoloteaba sobre el techo de cruz de la cárcel. Que se oían carcajadas de odio y maledicencia.

-          ¡Y es que vos, gran guevón, no creés en las brujas? -Decía mi compañero de jaula, un godo de Rionegro al que ya le tenía sentenciada una paliza. Quizás, romper su cocotera a garrotazos. -  Ya verás vos cómo esa bruja hijueputa nos lleva a todos esta noche. ¡Ese debe ser el Hojarasquín del monte… VIRGEN SANTA!

-          ¡Cierra la jeta inmundo Pájaro! Te voy a matar. -Le dije, entre espumarajos de rabia ocre.

Retumbó de nuevo esa risa de pajarraco azul que sobrevolaba nuestro presidio. Cuentan era una especie de sombría ave con cabeza de mujer y alas de chimbilaco. Colmilluda, de cabellera alba, serpenteante. Ojos de fuego negro. Piel de batracio o salamanqueja o cuajada. Entró a mí celda: la número 13… Se ensañó con el cuello del execrable godo… El animal abjuraba… Chillaba como un puerco. Me miró como basilisco y voló impávida entre estúpidas carcajadas… Dijo que vendría por mi sangre negra de masón y ateo… Ahora escribo porque sé que esta noche será mi tiempo de morir… Pasa el sol y cae la noche como un pájaro obscuro… Todos se han encerrado en sus calabozos. Oigo alas de sombra revolotear sobre el techo del Panóptico… Si baja esa maldita, me cortaré el guargüero. Que se quede como la Llorona. Bebiendo mi sangre ennegrecida por odio. Coagulada en la losa fría de este Infierno.

 

 

 

ESCRITURA CREATIVA DE VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES

 

LAS MUERTES

 

 





 

¿Para qué sirve este oráculo ciego, este guía inválido, este

inocente temerario que se inclina a cortar la flor azul en el borde de los precipicios?

Olga Orozco

 

 

VII

¿Nacer para morir?

Serpiente: clavas dentelladas en tu cola. En la rueda del Ser y el no Ser. Porque de los antiguos abismos un eco llega. Cual ola de conocimientos. Susurras: “vivir es estar muriendo”. ¿Aceptaré acaso tal destino funesto? Con la actitud de la mar bajo el sol de las doce de la noche, galopo inmutable la serpiente del cosmos y la tormenta y el ímpetu. ¿Seré acaso el fruto del árbol de la Muerte? ¿plasmaré y lavaré mis pupilas blancas en tus pupilas negras? Con mis ojos verdes de fuego en tus ojos vacíos tras las tinieblas. Con toda la fuerza y la certeza de mi melancólica felicidad. Ese azogue hechizado. Coronada de laureles marchitos, Muerte, bastará mirarme en el espejo roto de los días para reconocer tu rictus macabro. Para verte de frente cara a cara. Sin ambages. Sin máscaras. Sin desasosiego en la comisura de mis labios. Ebrio de lucidez, marcharé cual reptil que llevara a cuestas el cosmos del caos. Sempiterno. No obstante, iré feliz hacia el desbarrancadero de los tiempos. Porque seré parte del Todo. Yo soy el Universo mismo. En la medida en que soy el caos que habita en el laberinto del negro corazón del tiempo.

 

 

VI

Las Muertes

Faro de luces plagado del salitre de la noche.  Estoy en la cima de abismos invadidos por la lobreguez del instante. Al mirarme en el espejo resquebrajado de esta alma con alas rotas. Es necesario escudriñe con las uñas hasta llegar a lo más alto de las profundas y escarpadas montañas de mi Ser. Cargar y cargar y cargar ad-Astra lo petrificado del fracaso con la dicha de un Sísifo de roca.

 

V

En cada aleteo de la benevolente alba

Allí se esconden las tenazas religiosas de un insecto del tiempo al acecho. Tras las flores del mal se logran vislumbrar los ojos rojos de la bondad. El Ser se retuerce entre gusanos de incógnitas y regurgita verdades a medias… ¿Pienso luego existo? ¿Y si no pienso nada en absoluto? ¿Estaré en el reino de Perséfone ya? ¿Por qué presiento que estoy muerto un poco cada día más y que luego no habrá más que un insondable océano de mutismo?

 

IV

Tras el rictus lóbrego del fuego se esconde la carcajada indómita del hielo.

 

III

El llanto del ángel

Sobre la tumba marchita de mi amada Nuit, demoniza de mi corazón, nacieron líquenes de risotadas. Inusitadas felicidades como aleteos de murciélagos sin alas. Soy un arcángel que renegó de su creador y cayó en las infinitas simas de su nostalgia… Sonrío pues sé, ahora seré un ángel renegado de los abismos… Y así lo desearé por el resto de la eternidad… Pues veré de nuevo los labios de fuego de mi amada Nuit… Volaremos en sus alas de dragón por las cavernas platónicas. En las catacumbas de hielo donde mora mi Señor Lucifer. Y lloraré de la dicha. El amor. Y la felicidad. Mientras, cual mancebos lúbricos, acaricio las serpientes de su cabellera.

 

II

La abadía de las calacas

Sólo allí se logran cultivar los más bellos madrigales de la comarca: bien es sabido del cariño que pone la Muerte enamorada en los jardines del caos de la vida. Sus sonrisas desencajadas, esas desternilladas mandíbulas, son de una maravilla vital. Traqueteantes al regar las gardenias, geranios, azucenas y oscuros girasoles. Te llenan de motivos el ánfora del alma para embriagar los días que resten… En este camino hacia el abismo de la nada.

 

I

Persistencia de la Muerte

Cae y cae y cae nieve negra. Llevo su cabeza sobre mi cabeza. El blanco viento silba mudo… Y mientras tanto, sonrío en silencio al ver los ojos de la muerte florecer y florecer. Cual rosas de sangre. La sangre del crepúsculo agonizante que insiste en encarnar de nuevo… En nuevas muertes que, a su vez, engendren vida como girasoles enamorados de la luna pletórica de misterios. Así es que iré al Oráculo ciego para que me muestre la verdad. En un mundo plagado de mentiras. Y tú muerte será mi muerte. Aun cuando la poesía diga: “toda muerte que no es la mía, es sólo simulacro” … Aunque creo que las muertes de todos serán también mis muertes. ¿Por quién doblan las campanas? Preguntó el viejo Hemingway antes de halar el gatillo de su escopeta. Ebrio de vida como una cuba. Por todos, amigo mío. Por mí. Por ti. Por nadie resuenan y resuenan los campanarios del silencio sobre los abismos… Porque, has de saber, yo soy la Muerte viva e irredenta. La huesa que se carcajea al compás de las olas de un mar cósmico. Y persistiré hasta el fin de los tiempos en el latido de cada corazón. La vida es una flor azul al borde de los precipicios del no Ser.

 

MINIFICCIONES METAFICCIONALES Y METALITERARIAS

  MALDITA MALDICIÓN     A Andrés Caicedo le profanaron la tumba tras años de haber muerto. Fue un grupo de lectores profanáticos. Enferm...