LOS FRÍOS RÍOS DE SANGRE
“Ya no. Ahora gime mientras la sangre fluye espesa de las
heridas de su cabeza y sus ojos amarillos y desenfocados se mueven de un lado a
otro buscando desesperadamente la claridad, buscando algún significado entre la
desolación y la oscuridad que le rodea. Debe de sentirse muy solo.”
Escoria
Irvine Welsh
El capitán
de policía Tomás Hurtado, estaba casi hecho polvo. Como ese polvillo
fluorescente que intoxicaba su fluido vital. En aquel muy enrevesado cerebro suyo
de sabueso. Amaba las requisas nocturnas en que BINGO, hallaba su poco de
mierda diaria. Requisaba travestis y rameras enanas. Fetiche muy de él. Era el
área metropolitana del Valle de Aburrá. Era el año 2124, Neomedellín era una
cloaca infernal a cielo abierto. Una ciudad de androides prostituidas. De
travestis vampíricos. De brujas y demonios que dominaban las mafias con arte de
magia negra y violencia en demasía. De duendes pedófilos y extranjeros de esa
misma extirpe lúbrica. De gente desquiciada y aromas a basura, heces, vómitos y
detritus. De un miasma que corría por donde otrora el Río Medellín.
Los
autos y las motos y otros autómatas voladores y chatarras del siglo veinte se
arrastraban. Arrasaban las máquinas
volanderas las cabelleras fosforescentes de los punks. Los perros callejeros
lamían su sexo purulento. El capitán Tomás Hurtado, era un maldito bebedor
convulso de Jack Daniels. Un perdedor. Un Sergio Stepansky. Un Policía
corrupto como todos. Con su metro y medio de estatura, su alopecia, ojos
amarillos de batracio y ese sombrerito de duende, sentía un gusto especial por
golpear a los travestis en el Parque de las gordas de Botero. Estas habían sido
vandalizadas de formas churretosas. Con falos en la cara. Grafitadas. Decapitadas.
Cagadas y meadas por rameras y travestidos con tres tetas. Los androides
vomitaban allí un aceite amarillo como bilis.
Allí
las prostitutas famélicas inyectaban porquerías en sus venas. Allí iba El capi
a realizar sus requisas cuando el síndrome de abstinencia daba coces en su
esternón. Pero de adentro hacia afuera. Y relinchando un dragón en su intestino
grueso. Gritó a las travestidos de tres tetas que, se amancebaban. Rehuyendo de
la gélida ventisca. El parque estaba lleno de basura tecnológica, detritus,
heces y otras escorias humanas. Fluían fríos ríos de sangre desde las montañas
de Neomedellín:
- ¡Buenas
noches los señoritos!
- Buenas
noches mi general…
- Ya
dejando las mariconadas, ¿A ver, ¿dónde están sus credenciales? ¡A ver mis
amores? En fila zorras, YAAA, FIRMEEES.
- Uyyyy
sí, firmes…
- A ver,
dejando tanta mariconería, como dijo el papa Francisco hace casi un siglo
maricones.
- Ayy
tan charro…
- A
CALLAR: Cabo Ruíz, requise a estos hijos de puta.
Gritó el capitán Hurtado, que, con su metro y
medio, lucía como un duende con esos ojos exorbitantes por la adrenalina y los
polvos fucsia que esnifaba como un elefante de ansiedad. Recordaba los tiempos
de la academia de policías, en Neobogotá, cuando iba con sus amigos neonazis a
patear gente que dormía en los pórticos de los edificios en el centro, y bajo
el metro. Allí donde vivían los zombies. Eso fue hasta cuando entraron los
policías androides a la fuerza…
- Ay tan
charro, “buenas-noches-mi-amor", ¿cómo estás de bello? – Coqueteó
absurdamente uno de los prostitutos con tres tetas de silicona barata. – Ven y
me requisás mi amor, tan bello… -Se carcajeó mostrando sus dientes de caballo
atiborrado de analgésicos y asteroides para sus senos falaces. El capitán clavó
un gancho en su abdomen flácido.
- …
Ahora sí cagáte de la risa maricón… Cabo Ruíz, requise a éetos cabrones…
- Y vos
¿Por qué putas te estás riendo, decíme pues putico, maricón, muy calenturiento
pues guevóncito, decíme y te relamo a punta de culatazos so puto hijueputa?
-Masculló entre espumarajos el Capitán Hurtado…
- … Yo
no me estoy riendo capitán… Yo sólo decía…
- Calláte
ya pues… -Y cuando iba a reventar sus labios pintarrajeados de lapislázuli y
fucsia, vio algo increíble.
Sí, el
travesti con un falo negro insertado en la frente (como era la moda) estaba
sonriendo. Además, más allá de la comisura de sus pálidos labios, parecía
crecer algo. Sus colmillos. Crecieron. Y crecieron. El capitán Hurtado vio cómo
ahora, la ramera temía fauces de chacal. De murciélago maldito. Los otros desesperaron.
Los tres inyectaron sus ojos de sangre. Refulgieron sus colmillos hipodérmicos
de cobra asiática y aciaga. El capitán vio cómo clavaban éstos en los cuellos
pálidos del cabo Ruíz, el estúpido novato. Que de paso sea dicho, no alcanzó a
ir al Club de chicas esa noche a beber espumosas bebidas. En fin… Tomás gritó
que qué maldita cosa era eso. Desenfundó su 9mm con mira laser roja. La puso en la frente de la execrable
vampiro-travesti de tres tetas y accionó el gatillo. Tres malditas veces. BANG…
BANG… BANG… Cayó… Los otros volaron como chimbilacos… El capitán les requisó. Temblaba
cual Rin-Rin renacuajo. Encontró una bolsa con un polvo de colores
estrambóticos, que nunca antes había visto… O inhalado… Lo guardó en el
bolsillo de su chaleco antibalas… Llamó refuerzos. “Central, aquí el capitán Hurtado,
cambio”, “Sí diga”, “Hombres caído, repito, hom…”, “Sí, Sí, ya oímos, cambio y
fuera”. Y esa cosa asquerosa… Había un
reguero de algo amarillento, como mostaza echada a perder. Recordó el caso del
asqueroso hombre dedos de salchicha… El muy degenerado… Seria la cosa. En fin… Los
forenses confirmarían sus horrores: sí, era sangre fría… Todo un río.
II
El Capitán Hurtado sabía que algo olía mal.
La mercancía estaba más que buena. Era pura. ¡Pero qué diablos hacían allí esa
especie de vampiros-travestís? Claro. Con la ingeniería genética, estos locos
lograron ser vampiros. Y travestis. Se ponían prótesis positrónicas de penes en
la frente. Otros preferían dos o tres miembros que alumbraban con luces
tecnicolores. Otros producían feromonas que atraían clientes. Medellintrespuntocero
era la sodomogomorroma. La Nueva Era era una especie de reinado del Horror hórrido
y lo más corrupto del proceso alquímico fracasado.
Así es
que no esperó reforzar su retaguardia. Avanzó. Se sentía un puma. Al menos un
gato rapaz, una especie de felino cósmico. Estaba en ese viaje de la vida que
lleva la muerte. Está claro. Estimado lector, está más que omitido por lo
preclaro del asunto. Ese polvo que a veces lamía como una salamanqueja ebria de
delirio, eso, le tenía volando como esos chimbilacos en los que descargó su
nueve milímetros.
Hurtado
nunca supo cómo llegó a ser capitán. Mató a algunos obstáculos. Siguió los
consejos de su madre, antigua “Fiscal de Hierro” de Neoibagué. Ella le enseñó:
- Primero
disparas a las piernas… Luego a la cabeza. Sin preguntas y te vas.
- Por
supuesto madre.
-Y si queda mucho, a cualquier potrero, que
eso los chulos llegan y se van con eso entre las tripas… Y con tanto gallinazo…
eso se pierde en una mar de mierda… En un frío río de sangre… - Recordaba el
capitán Hurtado las palabras de su querida madre.
Subió
por los laberintos intrincados como escaleras de caracolas submarinas. Su mente
era una licuadora de carne. Sudaba aceite con olor acre, como a cianuro bajando
por el gaznate. Todo apestaba a orín de perros, aceite quemado de androides y
sangre amarilla. Recordaba que hacía un frío infernal. Que había
vampiros-travestis por ahí… Que deseaba esnifar ese polvo fosfórico… Que su
mente era un caballo de fuego galopando en las montañas de hielo de la locura.
III
El capitán Hurtado ya sabía de estos casos
bizarros. Cuando trabajó en Neobogotá, supo de una secta de
vampiros-travestidos. Al lado de la ciudad donde vivían los contagiados por
diversos virus. Tras la gran muralla erigida contra el lumpen sidoso del sur,
vivían esos seres que gozaban inyectándose sangre podrida con toda clase de
inmundicias. Al parecer ahí radicaba su culto maldito. Ahora los encontraba en
Neomedellín. Estaban entre los callejones. En las terrazas de las comunas
desbordadas de excrecencias. Las motos voladoras pasaban sobre las crestas de
los punkeros y las rameras androides. Había surcoreanos, israelitas, y judíos
de Neonuevayork. También hindúes pedófilos de Neonuevadelhi. Bajo esos sucios
turbantes color naranja. Y de todas partes del mundo abyecto del 2124.
Hurtado
iba sobre un corcel de pulsaciones. Las venas en sus sienes parecían reventar.
Como cañerías rotas en invierno, el capitán divisó a lo lejos la sombra del
perseguido. Disparó tres veces su arma con mira láser. El bicharraco con alas
como de cucaracha, de murciélago enfermo emitió un chillido de perra malherida.
Pronto el cielo se tiñó de una mancha como de mandriles con alas de quiróptero.
Hurtado maldijo al cielo. Limpió la sangre que brotaba por sus fosas nasales.
Su instinto de sabueso le dijo que debía retirarse. Solicitar apoyo. Y huyó
como una comadreja por las cañerías de la ciudad horrenda.
Para
nadie era un secreto que las mafias eran dominadas por vampiros genéticamente
alterados. La ingeniería de los robots había superado la imaginación de un
Asimov o un Bradbury. Las mafias del narcotráfico en Neomedellín eran de una
bizarría exquisita. Hurtado fue a los archivos de la policía tras escribir su
informe. Allí halló datos reveladores sobre la tramoya en que se había
involucrado.
El
jefe de la mafia se llamaba alias “Choco-loco”. Era un vampiro travesti negro y
enano con tres teticas. Así como sus escrúpulos. Había escalado en la
institución criminal debido a su sevicia y barbarie. En los informes narraban
que había alterado genéticamente todo un ejército de prostitutas androides y de
vampiros que se vestían como drag-queens. Azotaban las calles con una nueva
droga que convertía en vampiros a los jovencitos. Habían alterado a gatos que
tenían cola de serpiente. Y a esa especie de mandriles voladores como en el
Mago de Oz. Hurtado sabía que la corrupción había calado en el tuétano de la
institución policial. Pero también que la mercancía que estaban distribuyendo
le venía de mil maravillas. Quería hacer una redada y confiscarlo todo para sí.
En las
fotos del archivo policiaco, alias “Choco-loco” lucía una sonrisa estúpida.
Sabía que nunca lograrían aplicar el martillo de la ley sobre su cabezota de
enano. Se vestía con terciopelo púrpura y unos lentes de color sangre. Parecía
un rey de los pigmeos. Hurtado sabía que no lo lograría solo. Y que en la
agencia todos estaban de parte de aquel minúsculo vampiro travesti. Era una
locura. Recordaba cuando de niño veía esas viejas películas de vaqueros.
Siempre quiso disparar al pecho de sus enemigos. Al corazón de estos malditos
vampiros prostituidos justo en el corazón. Con balas de plata. Aunque ya no
estaba seguro si esa era la forma correcta de matar a estos monstruos.
De
repente, apareció en el sótano su compañero, el cabo Ruíz. Aún lucía el
uniforme azul ensangrentado; no obstante, ya no gimoteaba ni sentía dolores
agónicos. Ni se retorcía como una babosa en un kilo de sal rosada.
- …Saludos
mi capitán. ¿cómo vamos con la investigación? Esos hijos de puta me dieron.
Pero yo lo acompaño mi jefe.
- Cabo
Ruíz, usted es muy guevón, le dije usara el chaleco antibalas. Bueno, ya hora
qué, ya lo mataron viejo…
- Sí,
sí, sí; pero le ayudaré mi capi.
- Bueno,
vamos a ir a hacerles una redada a esos cabrones.
- Señor
sí señor.
- Mirá a
este enano hijueputa, eh ave María…
- Ahh…
El tal “Choco-loco”, ese en un vampiro enano negro y travesti mi Capi. Tiene
tres tetas horribles -Hurtado lo miró como con el ojo del trasero. – Usted si
es bien guevón no Ruíz. Por eso lo mataron chinazo.
- Tranquilo
mi capi, yo lo voy a acompañar mi capi Hurtado.
- Bueno,
bueno, vamos pues que aquí tengo unos datos… Vamos pues guevoncito. ¿Quiere un
cigarro?
- Sí,
sí, mi capitán.
Encendió
el pitillo. El humo se escapaba por los orificios de las balas. Tosía. Hurtado
entró al bañó. Se espolvoreó las fauces con aquel polvo fosforescente. Sus
pupilas se dilataron siete veces. Salieron de la Estación rumbó a la guarida de
aquel enano negro que dominaba las mafias en el Valle de Aburrá. Subieron al
automóvil. Encendieron las luces roji-azules y la sirena chilló como una perra
en celo. Llovía una mezcla de ácidos y smog sobre Neomedellín. En las esquinas,
las rameras androides que trabajaban para alias “Choco-loco”, vomitaban aceite
amarrillo sobre el asfalto negro de la pútrida ciudad apocalíptica. Hurtado
tenía sed. Así es que invitó al cabo Ruíz a un antro en el centro. Se
preparaban para subir a las comunas donde, según los informes de los policías
corruptos, se hallaba el castillo de aquel vampiro enano negro travesti.
Aceleraron el motor. Hurtado arrojó una colilla por la ventana. En el cielo
parecían seguirlo gatos voladores con colas de serpiente. Y alguno que otro
mandril volandero. El automóvil-patrulla también se elevó por los aires fétidos
de Neomedellín. Voló entre rascacielos y edificios abandonados, donde pululaban
los toxicómanos, las rameras androides y esos horrendos travestis vampíricos.
IV
El apodado “Choco-loco” no era más que un
enano negro, que devino en vampiro travesti gracias a la ingeniería genética.
Los avances de la ciencia eran cosa ridícula. Estos nuevos “dráculas” no bebían
sino sangre de niñas. Otros se inyectaban porquerías como sangre con diversos
virus en su organismo. Muchos, en efecto estaban muertos hacía años. Algo, esas
sustancias extrañas los mantenían vivos cual muertos vivientes. Cadáveres
vivos. Iban por ahí revoloteando lo mismo que chimbilacos.
-Síiiiii,
deseo otra niña para desayunar…
Decía
el patrón “Chocoloco” a sus brujas. Estas viejas mañosas en verdad eran
travestis ancianos. Desempeñaban el rol de las antiquísimas sibilas. Eran una
especie de oráculo ciego al que acudía el enano negro para la toma de
decisiones.
- Noooo,
ya no quedan jefecito.
- Síiiii,
han de haber por ahí… Quiero, quiero, quiero.,.
Reclamaba
el estúpido jefe vampiro. Era un enano nacido en Neoquibdó. Había nacido en el
año 2100. Su familia pertenecía a ingenieros y científicos locos de Neotokio
que, hartos de la radiación en su isla nipona, decidieron vivir en Neocolombia.
No importaba la violencia exacerbada. Había rumores sobre lagartos mutantes en
el fondo del mar de Neohong-Kong. Quizá tras el virulento ataque del 2069,
causado por los chinos, que diezmó en un cincuenta porciento la población
mundial, no hubiesen tomado tal decisión. Pero como en este país suramericano
era permitida la esclavitud de todo tipo, lo hicieron. Compraron la familia de
enanos negros y jugaron con ellos a ser Dios. Al pequeño Emilio Pablo Mosquera,
por ejemplo, lo convirtieron en una especie de vampiro travesti. Le pusieron
tres pequeñas tetas, como era la moda en las colonias marcianas. También en
todo el lejano oriente asiático.
- ¡Qué tetas
más lindas!… - Exclamaba el ingeniero japonés al pequeño Mosquera, que lo
miraba desde el fondo del infierno.
- Por
favor mátenme.
- ¿Pelo
como acurrirsete eso? – preguntaba la ingeniera químico-electrónico-mecánica.
- …Mátenme
como a mis padres…
- ¡Enano tonto: ellos estál en cliogenia pala
después haceles zombies neglo idiota!
- Mátenme
por favor… -Gemía el pequeño enano negro vampiro travesti.
Pero
no desfalleció. El animal carroñero en que se convirtió su alma se alimentaba
del odio que exhumaba en silencio. Creció, o mejor, pasaron los años de
encierro y experimentos. Hasta que un día, tras múltiples serendipias y
escamoteos de los científicos, lograron que volara como un murciélago. Parecía
un globo de feria; pero volaba. Los científicos locos del país del sol naciente,
que eran neogóticos, amaban a Frankenstein de Shelley. Era su clásico favorito.
Ahora el jovencito Mosquera tenía alas. Y claro, se alimentaba de diversos
aceites, fluidos y por qué no, de sangre. Su fuerza también aumentó, así como
sus instintos de animal asesino. Por eso, cuando esa noche, los científicos
locos celebraban con ciertos minerales y sales que los transformaban en una
especie de míster Hyde (aunque en un estado de total paroxismo sedante,
como una estatua estupefacta ante el horror de la vida), el en adelante “Choco-loco”
los destrozó con sus colmillitos amarillentos. Violó sus cadáveres con la
pasión de un necrófilo enamorado y salió volando. Voló por la ventana de la
mansión de aquestos ingenieros dementes. Huyó hacia la ciudad, donde formaría
un imperio aterrador. Un ejército de vampiros travestis. De duendes violadores
de niños. Y de ancianos travestidos que vaticinaba en sus sueños de bazuco,
como dijera el antiguo Fernando Vallejo, que fue canonizado en el 2090 por
parte de un alcalde pedófilo y fascistoide que subió al poder en Neomedellín.
Allí
halló el caldo de cultivo perfecto. Acabó pronto con el crimen organizado y
sembró su caos. Con los experimentos de sus padres, ahora tenía los
conocimientos necesarios para crear poderosas sustancias que transformaban a
los adictos en vampiros travestis. Pronto su nombre retumbó en la ciudad. En el
país. En todos lados. Y claro, la proliferación de estos seres llamó la
atención mundial.
No sin
cierta hipocresía, pues el fenómeno era antiguo en las colonias de Marte, de la
Luna, en estaciones espaciales y en países asiáticos y del Medio Oriente.
Por
eso ahora el capitán Hurtado, junto a su colega baleado, el cabo Ruíz,
pretendían desarticular esta banda. Hacer justicia en un mundo asquerosos plagado
de corrupción, violencia y muerte. Un país donde todos estaban ancianos. O eran
grises adultos. No había niños. O quizá escondidos en cavernas, en grutas o
bajo el mar. Eran una rareza. Porque la población había sido reducida por un
virus mortal que atacaba a los más pequeños. Y porque había sido legalizada la
pedofilia. Y los asesinos violadores de infantes se había multiplicado por diez
millones por ciento. Por ejemplo, la hija del capitán Tomás Hurtado, fue
raptada de su bunker… Siempre intuyó que por esos estúpidos vampiros travestis
devora niños. Él mismo casi lo fue de niño… Y conocía de demasiados casos. Varios
de ellos cuando trabajó en Neobogotá… De allí muchas de sus pesadillas… De sus
adicciones… De sus monstruos intestinales y mentales. Decía para sus adentros,
mientras volaba en la patrulla con el cadáver del cabo Ruíz al lado. Este
fumaba un pitillo, y el humo azul escapaba por las heridas abiertas en su
pecho. Y aceleraba a fondo como si estuviera a punto de llegar a un orgasmo.
Iban a visitar al maldito enano negro… Y a buscar su medicina, pues sentía
bajar el sudor frío por su lomo de bestia en celo.
V
Iban a la velocidad hipersónica de las ideas
alteradas como sus estados de conciencia. El capitán Hurtado había esnifado toda la
bolsa del polvo fluorescente. Y Ruíz, fumaba como una locomotora del siglo XIX.
Por poco chocan con una ambulancia que quizá llevaba a alguien transformado en
vampiro. Era una cosa seria ese alias “Choco-loco”. Pero no tenían pistas. Iban
a la deriva. Sin embargo, el cabo Ruíz tenía una idea. Dijo:
-Mi capi, tengo una idea.
-A ver con tu “ideota” pequeño cretino,
desembucha.
-Como has de saber, mi capi, antes de
ingresar a la Fuerza estudiaba en la Universidad… Pero bueno, quise ver este
desaguisado mundo del hampa en vivo y la acción y la aventura y…
-Y las balas ¿no idiota?, ya ves que te
mataron… Sí, sí lo recuerdo. Y eso de los poemitas y tus idioteces
fantástico-mito-lógico-poéticas-realistas, ¿cómo era esa mierda de tesis tuya?
-Sí señor, la magia del pensamiento mito-poético
en la actualidad: asedios a una dicotomía… entre el mito y la realidad… nuestra
literatura neocolombiana… Pero bueno, lo que quiero decir es esto: podemos ir
al Bar Kafka. Allí tengo unos viejos camaradas que quizá sepan algo de este
enano vampiro negro travesti de tres tetas feas, ellos seguro nos llevarán a
una pista… A capturar al monstruo. ¿Qué opina capi?
-Pues no se diga más, vamos al Bar Kafka,
además estoy sediento…
Aterrizaron
en el sucio callejón sin salida de la calle 13 con Avenida 69, en el barrio
rojo de las putas androides. Algunas con tres senos, imitaban la moda marciana.
También los vampiros travestis lo habían hecho. Incluido el enano de “Choco-loco”.
Decían que habían implantado en su cuerpo el falo de un pony. Al menos ese fue
el chismorreo o la ficción de un tal Hank, o Charles Bukowski, que bebía en la
barra del desaliñado bar. Una luz ocre, como con mal aliento, medio inundaba de
un vaho lumínico el antro. El capitán aseguró su arma al cinto. El cabo Ruíz,
saludó a otro bar de ebrios que acompañaban al primer gañán.
- Saludos
camaradas, ¿qué tal el jaleo?
- ¡Ea!
Tiempo ha de verte pequeño, ¿y qué te trae por estos lares, ea, pareces herido?
¿Qué acaso te han baleado pequeño orate? -Preguntó el viejo barbudo con olor a
ron. Era Ernest Hemingway, quien lucía un ojo con tono purpura. Como el beso de
un puñetazo.
- ¡Viejo
canalla! Por supuesto que me han asesinado. Pero es poca cosa. Sin importancia.
¡Y tú, gorila apestoso, qué tal todo?
Inquirió el cabo Ruíz al viejo Míster Edgar
Allan Poe, al fondo de la barra. Éste asintió con un ademán melancólico y vació
su treceava jarra de ginebra. Se bamboleó y salió de la taberna seguido por un
gato negro.
- Bien,
siéntense y acompáñenos con una jarra, Mesero, ¡cerveza para la mesa!
Gritó el
jacarandoso Charles Bukowski, mientras contaba cómo había molido a Hemingway en
una pelea de boxeo la semana pasada. Lo habían hecho por algunos billetes y
claro, por diversión. Hank contaba que tenía dos costillas rotas. Y el viejo Ernest
Hemingway había perdido dos dientes y había adquirido esas bolsas marrones bajo
sus ojos. Luego continuarían. Era una cosa seria este par de personajes.
Trataban de convencer a la madre Teresa de Calcuta de reñir en el fango contra
Margaret Thatcher, la Dama de Hierro. Aunque se inclinaban más por Erzébet Báthory,
la condesa Sangrienta. Las conversaciones seguían en pie, allá en el
Infierno.
- Y a
propósito amigos, eso nos trae a nuestros asuntos.
- ¿A qué
te refieres? -Preguntó Ernest, fumando un habano.
- Vengo
a ustedes por pistas señores.
- ¿De
qué tipo de pistas estamos hablando? -Preguntó Bukoswski. Apuró su cerveza.
- De las
huellas de un monstruo. Ya he revisado, caballeros, la evidencia de Goethe, de
Coleridge, Polidori, Gautier, Tolstói, Dumas, Sheridan Le Fanu, Crawford. Torres
y Quiroga y de Calcaño… Nada. Nada útil sobre vampiros enanos travestis, menos
con tres tetas ni negroides, ni esa fascinación narcisista por el asesinato de
niños y el tráfico de esa mierda que los está convirtiendo a todos en
chupasangres adictos… ¿Algo qué decir sobre el llamado “Choco-loco” ?, ¿ese
enano maldito?
- Cielos,
muchacho, pareces drogado… -Dijo Hemingway. Fumaba su puro.
- Cabo
Ruíz: ¿Qué es toda esta palabrería?
- Mi
capi, es lo que he investigado. Pero estos vampiros del siglo XIX y XX, eran
unas mansas palomas al lado de nuestro monstruo y…
- Y
perdemos el tiempo. Larguémonos, subamos a las cimas, por allá debe esconderse
ese enano vampiro de mierda…
- Se
equivoca, señor. Si ha de estar en alguna parte, es en el Infierno. O en los Sótanos
del Infierno, una discoteca 24 horas bajo el Averno mismo. Sólo ingresan
los más malvados. Los amigos de Lucifer mismo. Ya se sabe: es un club de
travestis, vampiros, duendes pederastas, brujas flatulentas que pretenden ser
el orá-culo de Delfos… Coincide con sus descripciones…
- Así
es… Si desean los acompañamos, no está muy lejos… -Dijo Bukowski y tras esto
sorbió su cerveza alemana. Eructó incólume.
- …Podría
resultar… -Dijo el Capitán Hurtado, pensado en la bolsa de polvo fosforescente
vacía…
- Vamos.
- Vamos.
- Vamos
- Irémos,
¡EA!.
Dijo
Ernest Hemingway, con voz de marinero curtido, de viejo lobo marino, como quien
se apresta a arrojarse al descenso al Infierno. Llevaron una botella de ron,
algunas cervezas y se adentraron por oscuros callejos de Neomedellín. Afuera, Míster
Poe yacía entre un montón de bolsas de basuras y cadáveres. Le patearon. Estaba
vivo aún. Lo incorporaron y tras algunas bofetadas. Reaccionó. Parecía
atravesar un delirium tremens… Tras unos tragos de licor, volvió en sí… Sacudió
su cabeza y unas palmaditas en la espada del cabo Ruíz, y un “ánimo maestro”,
decidió acompañarlos en aquella aventura fantasmagórica. Hacía el Infierno.
VI
Caminaban cerca de la Catedral Metropolitana
de Neomedellín. O al menos de sus ruinas. Allí pernoctaban rameras sifilíticas
y toxicómanos a punto de convertirse en vampiros travestis. Había algunos por
allí pero el capitán Hurtado decidió no llamar refuerzos de androides policías ni
disparar su arma de mira láser. Hemingway recordó los campos destruidos de la
Primera Guerra Mundial y en los campos de batalla de la Guerra Civil en España.
Los bombardeos de la Fuerza aérea Nazi sobre Guernica. Los mismo aquí en
Neomedellín en el 2124. Un panorama demolido por la sordidez. En fin. El cabo
Ruíz recordó que debían ir atento. Sus heridas sangraban a borbotones. Así es
que dijo: “camaradas estoy un poco cansado. He decidido continuar el descenso
como un gato negro. Con cola de serpiente. Mas mantendré mi rostro humano. Por
favor, Míster Edgar Allan Poe: ¿podría ir en sus hombros? Mr. Poe, que era
amante de los gatitos, dijo que no había problema amigo. Bukowski advirtió un
grafiti sobre el ingreso a las cloacas, en los canales de lo que años atrás
fuese el Río Medellín, decía:
“LASCIATE
OGNI SPERANZA, VOI CH´ENTRATE”
- ¿Qué
dice ahí señores? -Preguntó el capitán Hurtado.
- “Dejad
toda esperanza, vosotros los que entráis”… Es de Dante, en la Comedia…- Comentó
Míster Edgar Allan Poe que ya no parecía alucinar. Llevaba al cabo Ruíz, que se
lamía el costado. Maulló algo en asentimiento.
- Pues bien,
amigos, aquí conviene dejar atrás toda cobardía, Ya veréis como en el Limbo
torturan al pobre Epicuro. Lo acusan de haber burlado el miedo de Dios. Y Todas
esas preguntas que le ponen en ridículo frente a la cuestión del mal y su
omnipotencia, omnibenevolencia, omnisapiencia en entredicho… en fin amigos
míos. Abandonad el temor a la muerte… Y al viejo Barbudo de allá arriba…- Dijo
Bukowski tras eructar, y señalando hacia arriba con el dedo corazón
erecto.
Vieron
cómo en efecto, una especie de duendes cornudos atizaban al viejo Epicuro en
una jaula de pájaros gigantes. Le rechiflaban no con poca lujuria. Con ojos de
gula y avaricia y prodigalidad. Descendían y descendían. En otros meandros del
periplo, observaron cómo unos vampiros travestidos con cuernos y tres senos
escurridísimos que se arrastraban por la suciedad del suelo húmedo y plagado de
hongos, se relamían con lenguas bifurcadas entre gritos jactanciosos. Estos
azotaban con ira al hereje de Friedrich Nietzsche. Este estaba convertido en
una especie de camello con patas y cola de león y cabeza de niño. Pero estos lo
azotaban con látigos de fuego. Tres caballos se unieron a la faena. Con látigos
de hielo. Y hete aquí que nuestros héroes se vieron bajo un bosque de árboles
suicidas, Donde moraban harpías y el olor a violencia y destrucción se hizo
mucho más putrefacto.
Bajaron
hasta la Boca de Lucifer. Y luego a los Sótanos del Infierno. En verdad a nadie
allí parecía importar la presencia de este grupo. Los miraban y reían. Allí ya
todo estaba plagado de vampiros travestidos. De duendes endiablados. De
espíritus erráticos y abyectos. De brujas flatulentas y mezquinas que en
realidad eran ancianos vestidos de sibilas. El capitán Tomás Hurtado creía que era un
error. Al diablo aquellos malditos polvos fosforescentes. Las luces de neón del
antro, así como la estridencia de la música no permitía oír lo que decía el
cabo Ruíz ni Míster Poe. Bukowski sonreía mayestático de ebriedad. Hemingway
quizá pensaba en una isla en el mar Caribe o una cacería en el Kilimanjaro o
una corrida de Toros en Barcelona.
Cielo. Mierda Dios... “No debí descender al Infierno”. Pensaba el
capitán Hurtado, al ver al enorme Lucifer bailando reguetón con el maldito
vampiro enano negro y travesti de tres téticas, apodado “Choco-loco” en el
mundo del crimen organizado de Neomedellín.
VII
Y Bien, resulta que el mismísimo Lucifer,
con su cabeza de tres rostros y ese descomunal cuerpo de caballo o macho cabrío,
se había enamorado del enano vampiro negro travesti de tres teticas sintéticas.
Le decía “mi cucarroncito. Mi chimbilaquito. Mi sabandija. Mi renacuajo. Mi cucarachita.
Mi murcielaguito asqueroso y mi chaparrín chaparrón”. Y sonreía de formas
estúpidas entre esos remilgos. Vestía un tutú rosa o fucsia o a veces verde fosfórico.
Y usaba una barita de hada-madrina. A veces patinaba por el Infierno en
minifaldas. Por supuesto, el pequeño bastardo vampiro negro se aprovechaba de
esto para sembrar el terror en Neomedellín y por qué no, en toda la galaxia.
Lucifer, vestía un top. Una lycra con medias de malla verde fosforescente. Usaba
rímel y lápiz-labial. Y claro, de allí había salido ese enjambre de vampiros
travestidos. Cuando nuestros amigos fueron sorprendidos, era demasiado tarde.
Mientras “Choco-loco” tomaba un baño de semen de adolescentes vírgenes luego de
bañarse en sangre de niños inocentes, fueron señalados por algún demonio. Aquel
enano vampiro negro, con tres téticas de travestido, sería coronado como el
nuevo Anticristo. Arrojarían sobre el mundo un virus cataclísmico. Una pandemia
de magnitudes bíblicas. Al final, era él el protegido de Lucifer. Y éste de
todos los dioses. En especial de Dios, Yavhé y Alá. Los más perversos de todos
los jefes criminales de la Historia. También eran líderes de la organización
Jesús-Cristo, alias “Cristoloco”, y Mahoma alias “El voraz” o “El Indigno y
Desconfiable”.
El
cabo Ruíz maullaba desesperado. Sabía que nada podría detener las intenciones
macabras de aquel grupo criminal. Fue devorado por una enorme rata Rey. Que se
carcajeaba como algún presidente pedófilo en una orgía de trece días. El
capitán Hurtado corrió por la rampa, tratando de huir. Disparó su arma 9 mm de
mira láser contra todos allí. Fue en vano. Pronto fue reducido y llevado a la
recámara de Lucifer. Allí sería sodomizado por una larga fila de vampiros
travestis que lo habían seguido desde la entrada de la cloaca. Afuera en
Neomedellín, habría un imbécil policía menos. Si no trabajaba para ellos, debía
desaparecer. Míster Edgar Alan Poe, Ernest Hemingway y Charles Bukowski se
sentaron a la barra. Bebieron Bourbon. Discutieron sobre la maldad en el mundo.
Poe habló sobre el demonio de la perversidad. Bukowski se declaró a favor de la
guerra. Iniciaron una trifulca contra algunos duendes con cuernitos que bebían bloodymarys.
Afuera
pronto iniciaría el Apocalipsis. Todo estaba perdido sin remedio. Eso se supo
de más cuando, antes de ser acometido por el mismo Lucifer, el capitán Tomás
Hurtado gimoteó:
- ¡NOOOO¡¡Dios
mío cómo es posible tanta maldad en este mundo!¡Dios mío, por favor, ayúdame!
- ¡JAJAJAJAJA¡,
imbécil… Retumbó una voz estertórea, (como tres voces a la vez en realidad) tras
bambalinas…
El
capitán Hurtado no dio crédito a sus ojos: se trataba de la estampa del
mismísimo Jesús Cristo, como si fuera una estrella de Rock and Roll. Iba con
una enorme paloma negra de tres metros de altura que mascaba chicles y bebía
cocteles margarita. Llevaba gafas Rayban de piloto de guerra. Fumaba un pitillo
Marlboro. Y junto a ellos, levitaba un enorme ojo rojo dentro de un gran
triángulo de oro. Se carcajeaban. Su empresa criminal daba frutos y dividendos.
Tomaron asiento en un sofá de terciopelo purpúreo. Contemplarían la sodomía
sádica y masoquista. Olerían el miedo del capitán al sentir cómo sus ojos
amarillos se apagaban inextricablemente. Rodeados de penumbras infames. De
desolación y muerte. Lucifer se reía como un querubín rebelde que hubiera
inhalado sustancias tóxicas o pegamento industrial. Sentó al enano vampiro negro
y travesti de tres téticas en sus piernas mientras lo acariciaba como a un
gatito. Le apretaba los pezones. Éste soltaba hipos y risitas. También Dios (los
tres, a decir verdad) sonreía ebrio de cólera y una luctuosa lujuria. Trajeron
más bebidas y polvos fluorescentes. Ya verían cómo el mundo entero -así como el
capitán Tomás Hurtado- se hacían polvo para siempre.
FIN
POR:
VÍCTOR
HUGO OSORIO CÉSPEDES
SANTA
ISABEL DE HUNGRÍA,
Miércoles
05 de junio de 2024