LA
NOCHE ROJA
“La noche envuelve guerreros moribundos y
el salvaje
lamento de sus fragmentadas bocas.
Quieta en el espesor de los sauces
-nube roja
habitada por un dios iracundo-
la sangre es vertida en el frío de la luna”.
George Trakl
Estoy aquí y ahora encerrado en el Panóptico
de Ibagué. Suceden cosas extrañas... Es 31 de octubre de 1963. Sé que moriré…
Cuentan que hace algunos años (el 19 de abril del 1948) cuando asesinaron a
Gaitán en Bogotá, la Violencia se esparció como mar de disentería. Los internos
de esta prisión rompieron todo. Saquearon. Violaron. Vitorearon los enemigos. Mataron
a niñas, mujeres, ancianas, curas, monjitas... No reconocieron banderas rojas o
azules, locos como estaban por el aguardiente. Hurtaron machetes y yataganes
con que relamían la carne sedientos. El Tapa Roja y los Piel Roja
mancharon con ese tono mortífero la tarde. En esa época tan sólo era un niño. Oyendo
los desmanes de los bandoleros, en Santa-Isabel. Yo quería ser como ellos.
Anhelaba abrir zanjas en los gaznates de mis adversarios. Con el paso del
tiempo, oía las noticias en la radio. Quise unirme a la banda de Sangrenegra.
Eran los años 60. Dejo esto escrito, porque presiento moriré esta noche roja. Como
gallinazos al olisquear cadáveres. ¡Que se pudra el séquito del Monstruo
Laureano Gómez! ¡¡¡ARRIBA EL PARTIDO LIBERAL!!!
Decía
que, desde hace noches, he presentido revoloteos de una sombra por los tejados en
forma de cruz. En éste Panóptico habían estado mi abuelo y tíos antes de 1948. Cuando
reventó la turbamulta en Bogotá. Al Indio, (preso de la celda vecina) algo
le asesinó anoche. Violó y picó a machete tres niñas y una mujer. Les hizo pedacitos
“como para hacer tamales… JUAJUAJUAAA…”, decía el bellaco. Tras la matanza,
éste quemó su chabola. Trató de huir al monte para unirse a la cuadrilla de Desquite.
Allí lo rechazaron porque no quiso descuartizar a un policía godo que habían
detenido en un retén cerca a Venadillo. Trató de esconderse en Anzoátegui. Mas
fue delatado por su madre. La guardia del Panóptico lo halló exangüe. Tenía dos
pequeños orificios en el gaznate. Apestaba a mierda. Como cuando en diciembre,
mi tío -al que decían Patetarro- destripaba cerdos con un cuchillo
mata-ganado. Transpiraba olor a occiso en la media noche roja y etílica de Navidad.
Estábamos estupefactos… El Indio era un hijo de su ramera madre delatora.
Goda que merecería ser decapitada. Yo le hubiese abierto el vientre. Puesto
allí una gallina negra. Pero en verdad, la expresión de ese bastardo era la de
una calavera atónita de horror.
La
guardia no dice nada. Aterrados por atávicos miedos. Hablan de la misma
maldición que devino tras los disturbios del 48. Cuando mataron al Caudillo y
una nube de muerte se posó sobre este pozo de tristezas, miasmas y
coagulaciones del alma. Murmullan. Gimen. Otros prisioneros antiguos, de esas
épocas, cuentan chismorreos por los pasillos. Hablan de la Dama de negro.
De la hechicera chupasangre que habían visto en los montes de Murillo. Cerca al páramo del cañón del río Totare. Según
cuentan en la prensa, Sangrenegra asesinó a 19 mujeres y niñas. Junto a Tarzán
y el Capitán Venganza. Yo aquí encerrado, cuando debería estar con ellos
haciendo cortes de franela. Sacando la lengua de los niños azules como corbatas.
Haciendo incisiones de guargüeros. Hijos de cachiporras… Mi abuela sí contaba,
que, por los montes, volaba una sombra con forma de gallinazo, murciélago. Una
pava serpenteante. Con ojos chisporroteantes de fuego rojo. A veces, entraba revoloteando.
Luego succionaba la sangre de los bebés. También los llevaba a la maraña. Tras ello,
aparecía el cuerpecito escurrido. Sin ningún signo de vida. Secos como estropajo
al sol de Ortega. Hablaban de una hechicera con alas de dragón.
Yo
no creo del todo en esas majaderías. Ni porque aquí en el Panóptico, los godos estén
de rodillas. Con esas camándulas de mojigatas. Rezan cual comadronas de
Antioquia. Habría que abrirles zanjas en los vientres. Llenarlas de piedras y
arrojarlas al río Magdalena. Como hizo antier el Mayor Sangrenegra.
Leía El Espectador. Nulo será todo: que echen encima toda la tropa a los
bandoleros: no los hallarán jamás. Porque ¿Acaso está rezado? ¡MAMOOOLAAA!… Cuentan,
que las ráfagas no lo atraviesan. Porque se convierte en bruma insidiosa. El
Indio tenía velones y altares. Hacía cosas raras. Dicen que fue él quien
invocó esa abyección. Anoche olieron una
chamusquina de sangre podrida. Revoloteaba sobre el techo de cruz de la cárcel.
Que se oían carcajadas de odio y maledicencia.
-
¡Y es que vos, gran guevón, no creés en
las brujas? -Decía mi compañero de jaula, un godo de Rionegro al que ya le
tenía sentenciada una paliza. Quizás, romper su cocotera a garrotazos. - Ya verás vos cómo esa bruja hijueputa nos
lleva a todos esta noche. ¡Ese debe ser el Hojarasquín del monte… VIRGEN
SANTA!
-
¡Cierra la jeta inmundo Pájaro! Te
voy a matar. -Le dije, entre espumarajos de rabia ocre.
Retumbó
de nuevo esa risa de pajarraco azul que sobrevolaba nuestro presidio. Cuentan era
una especie de sombría ave con cabeza de mujer y alas de chimbilaco. Colmilluda,
de cabellera alba, serpenteante. Ojos de fuego negro. Piel de batracio o
salamanqueja o cuajada. Entró a mí celda: la número 13… Se ensañó con el
cuello del execrable godo… El animal abjuraba… Chillaba como un puerco. Me miró
como basilisco y voló impávida entre estúpidas carcajadas… Dijo que vendría por
mi sangre negra de masón y ateo… Ahora escribo porque sé que esta noche será mi
tiempo de morir… Pasa el sol y cae la noche como un pájaro obscuro… Todos se
han encerrado en sus calabozos. Oigo alas de sombra revolotear sobre el techo
del Panóptico… Si baja esa maldita, me cortaré el guargüero. Que se quede como
la Llorona. Bebiendo mi sangre ennegrecida por odio. Coagulada en la
losa fría de este Infierno.
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