LAS
MUERTES
¿Para qué
sirve este oráculo ciego, este guía inválido, este
inocente
temerario que se inclina a cortar la flor azul en el borde de los precipicios?
Olga Orozco
VII
¿Nacer
para morir?
Serpiente:
clavas dentelladas en tu cola. En la rueda del Ser y el no Ser. Porque de los
antiguos abismos un eco llega. Cual ola de conocimientos. Susurras: “vivir
es estar muriendo”. ¿Aceptaré acaso tal destino funesto? Con la actitud de
la mar bajo el sol de las doce de la noche, galopo inmutable la serpiente del
cosmos y la tormenta y el ímpetu. ¿Seré acaso el fruto del árbol de la Muerte? ¿plasmaré
y lavaré mis pupilas blancas en tus pupilas negras? Con mis ojos verdes de
fuego en tus ojos vacíos tras las tinieblas. Con toda la fuerza y la certeza de
mi melancólica felicidad. Ese azogue hechizado. Coronada de laureles marchitos,
Muerte, bastará mirarme en el espejo roto de los días para reconocer tu rictus
macabro. Para verte de frente cara a cara. Sin ambages. Sin máscaras. Sin
desasosiego en la comisura de mis labios. Ebrio de lucidez, marcharé cual
reptil que llevara a cuestas el cosmos del caos. Sempiterno. No obstante, iré
feliz hacia el desbarrancadero de los tiempos. Porque seré parte del Todo. Yo
soy el Universo mismo. En la medida en que soy el caos que habita en el
laberinto del negro corazón del tiempo.
VI
Las
Muertes
Faro
de luces plagado del salitre de la noche. Estoy en la cima de abismos invadidos por la
lobreguez del instante. Al mirarme en el espejo resquebrajado de esta alma con
alas rotas. Es necesario escudriñe con las uñas hasta llegar a lo más alto de las
profundas y escarpadas montañas de mi Ser. Cargar y cargar y cargar ad-Astra
lo petrificado del fracaso con la dicha de un Sísifo de roca.
V
En
cada aleteo de la benevolente alba
Allí se
esconden las tenazas religiosas de un insecto del tiempo al acecho. Tras las
flores del mal se logran vislumbrar los ojos rojos de la bondad. El Ser se
retuerce entre gusanos de incógnitas y regurgita verdades a medias… ¿Pienso
luego existo? ¿Y si no pienso nada en absoluto? ¿Estaré en el reino de
Perséfone ya? ¿Por qué presiento que estoy muerto un poco cada día más y que
luego no habrá más que un insondable océano de mutismo?
IV
Tras
el rictus lóbrego del fuego se esconde la carcajada indómita del hielo.
III
El
llanto del ángel
Sobre
la tumba marchita de mi amada Nuit, demoniza de mi corazón, nacieron
líquenes de risotadas. Inusitadas felicidades como aleteos de murciélagos sin
alas. Soy un arcángel que renegó de su creador y cayó en las infinitas simas de
su nostalgia… Sonrío pues sé, ahora seré un ángel renegado de los abismos… Y
así lo desearé por el resto de la eternidad… Pues veré de nuevo los labios de
fuego de mi amada Nuit… Volaremos en sus alas de dragón por las cavernas
platónicas. En las catacumbas de hielo donde mora mi Señor Lucifer. Y lloraré
de la dicha. El amor. Y la felicidad. Mientras, cual mancebos lúbricos, acaricio
las serpientes de su cabellera.
II
La
abadía de las calacas
Sólo
allí se logran cultivar los más bellos madrigales de la comarca: bien es sabido
del cariño que pone la Muerte enamorada en los jardines del caos de la vida.
Sus sonrisas desencajadas, esas desternilladas mandíbulas, son de una maravilla
vital. Traqueteantes al regar las gardenias, geranios, azucenas y oscuros
girasoles. Te llenan de motivos el ánfora del alma para embriagar los días que
resten… En este camino hacia el abismo de la nada.
I
Persistencia
de la Muerte
Cae y
cae y cae nieve negra. Llevo su cabeza sobre mi cabeza. El blanco viento silba mudo…
Y mientras tanto, sonrío en silencio al ver los ojos de la muerte florecer y
florecer. Cual rosas de sangre. La sangre del crepúsculo agonizante que insiste
en encarnar de nuevo… En nuevas muertes que, a su vez, engendren vida como
girasoles enamorados de la luna pletórica de misterios. Así es que iré al
Oráculo ciego para que me muestre la verdad. En un mundo plagado de mentiras. Y
tú muerte será mi muerte. Aun cuando la poesía diga: “toda muerte que no es
la mía, es sólo simulacro” … Aunque creo que las muertes de todos serán
también mis muertes. ¿Por quién doblan las campanas? Preguntó el viejo
Hemingway antes de halar el gatillo de su escopeta. Ebrio de vida como una
cuba. Por todos, amigo mío. Por mí. Por ti. Por nadie resuenan y resuenan los
campanarios del silencio sobre los abismos… Porque, has de saber, yo soy la
Muerte viva e irredenta. La huesa que se carcajea al compás de las olas de un
mar cósmico. Y persistiré hasta el fin de los tiempos en el latido de cada
corazón. La vida es una flor azul al borde de los precipicios del no Ser.
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