EN
EL VALLE DE LAS TUMBAS
Nubes negras como la nieve que bramantes revientan llenas de
silencio.
El puñal invisible que en las pupilas del alma enfermiza
clava sus luctuosos gritos de sílex.
Se derrama la savia de lo esencial con un aroma petrificado y misterioso.
El espíritu de la decadencia es un precipicio afilado
donde caen todos los enigmas que brotan del pútrido
árbol de la vida.
Y la luna ha llorado luz azul en las abisales noches del
alma negra.
Para que el sol se deslice como una bola roja de fango
humano y claudicante.
Para que las estrellas se deslicen hacia el abismo de
la nada o la eternidad.
Para que las garras del viento le arrancan jirones de
sonrisas a mi alma pétrea.
Pues en el Valle de las Tumbas el viento de granito
vuela en silencio a través de los tiempos más allá del
más allá.
El alma del silencio con alas de niebla y espanto.
El ritual de estridencias calladas como las horas
tristes,
se arrastra como humo por los abismos del misterio y la Nada.
La madre de todas las cosas había dormido por eones como un león de roca volcánica.
Y una mañana despertó con lágrimas de fuego rojo en la
mirada marchita.
Tal vez era la sangre del odio o el cadáver del
crepúsculo…
Y por haber olvidado sus sueños,
el perro abismal ladró su avalancha de muerte.
Y la madre de todas las cosas estuvo pletórica de venganza:
la plaga de la humanidad ya no existiría más nunca.
Los colores del universo son ciegos.
Nos miran sin ojos recorrer el camino de las sombras
que aúllan silentes en medio de este desierto gris y
estridente
donde entierro la efigie de mi desolación.
El fuego mortal nunca muere.
Es el caótico espíritu del cosmos.
El ave de luz ha de renacer entre las cenizas del
odio.
Para dar de nuevo al Ser la oportunidad de colorear
la realidad falsa que galopa ciega sobre las nubes.
Sobre los cúmulos de un cielo yerto y mudo
cerrado a cualquier brizna de esperanza
La luna venía entre relinchos
y en sus alas de murciélago traía chispas de misterio.
La luna tenía cuernos de macho cabrío.
Y una cola de cometa endemoniado.
La luna era una roca sensible
que se había incrustado en mi Razón.
Y cuando se agotaba el fluido eléctrico de mi alma de
monstruo
la nieve del tiempo se derretía por las laderas del
alma.
Por el abismo que llevamos dentro.
La luna revoloteaba como un grillo de la conciencia
por esas llanuras llenas de tumbas.
Sobre mi futuro cadáver que aún deambulaba
por los espacios abiertos de la existencia.
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