Operación
dragón
Bruce
Lee le haría el momento menos odioso, menos violento. Había acudido
puntualmente a la cita y cuando ella llegó, tenía los boletos en la mano. Los
entregó amablemente al portero y condujo del brazo a su novia. Las luces de la
sala ya se habían apagado, así que Ramón entrecerró los ojos para ver mejor.
Subieron las escaleras hasta encontrarse junto a la cabina del proyector. Como
era la primera función se hallaron solos en esa parte del cine que
habitualmente es la más concurrida por parejitas. Bruce Lee enfrentaba a un
karateca gigante que no necesitaba hacer mucho esfuerzo para repeler sus
ataques. Ramón se mordía las uñas nerviosamente, no porque fuera su primera
cita con Aída, sino porque no sabía cómo empezar el ataque. Primero colocó su
mano en el descansabrazo para acercarla a su rodilla lentamente. Volteó a verla
y notó que permanecía imperturbable, con la vista en la pantalla. Aproximó su
cara hasta estar seguro de que ella sentía su respiración en el cuello. El
luchador de la pantalla se encontraba en la disyuntiva de pelear primero con un
cinta negra o salvar a su novia de las manos del malvado Landorff. Estudió su
perfil y recordó su traición. Ramón se preguntó si también habría de luchar con
Aída, pero ella le desabrochó dócilmente el cinturón negro y se inclinó hacia
él, Ramón le acarició la cabeza con la mano izquierda y aprovechó que estaba
casi recostada sobre sus piernas para clavarle el puñal en el costado. El grito
coincidió con el momento en que Bruce Lee arrojaba al contrahecho villano por
la ventana; nadie notó nada. Cuando salió del cine observó que no tenía una
sola mancha de sangre y bendijo su buena suerte.
Retomado
de: https://minisdelcuento.wordpress.com/2013/06/22/operacion-dragon/ Miguel
Ángel Godínez. No. 114-115, Abril-Septiembre 1990. Tomo XIX – Año XXVII. Pág.
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