miércoles, 14 de septiembre de 2022

ANTOLOGÍA DE HAIKÚ (SIGLOS XV-XVII JAPÓN)

 

ANTOLOGÍA DE HAIKÚ SIGLOS XV- XVII, JAPÓN

 





Îo Sôgi (1421-1502)

Lluvia de anoche,

cubierta esta mañana

por la hojarasca.



Muere la luna,

brisa leve del alba,

mar en verano.

Lirios, pensad

que se halla de viaje

el que os mira.


 

Yamazaki Sôkan (1458-1542)

El año fenece;

nadie me da nada

este atardecer.


 

Arakida Moritake (1472-1549)

¿Una flor caída

volviendo a la rama?

Era una mariposa.

Al ruiponce

hoy se me ha parecido

mi vida entera.

 



Tadatomo (1624-1676)

El carbón blanco

fue, en tiempos pasados,

una nevada rama.

 

 

Yamaguchi Sodô (1642-1716)

No tiene nada

mi choza en primavera.

Lo tiene todo.

 

 

Matsuo Bashô (1644-1694)

A cada ráfaga

se desplaza en el sauce

la mariposa.

 

Del este o del oeste

sobre los campos de arroz

el sonido del viento

 

Ebrio, me duermo.

¡Y en la piedra florecen

las clavellinas!

Cae del árbol

y derrama su agua

una camelia.

 

 

Sólo viajero

quisiera ser llamado:

primer chubasco.

 

La libélula

intenta en vano posarse

sobre una brizna de hierba.


 

Lluvia de mayo.

Corre velozmente

el río Mogami.

¡Qué gloria!

Las hojas verdes, las hojas jóvenes

bajo la luz del sol.

 

En medio del campo,

sin apego de ningún tipo,

canta la alondra.

Un mar revuelto:

sobre la isla de Sado,

la Vía Láctea.

Crudo invierno:

El mundo de un solo color

y el sonido del viento.

Canta el cuclillo:

un bosque de bambú

filtra la luna.

 


 

Llega el otoño;

el mar y el campo tienen

el mismo verde.

Primera nieve:

las hojas del narciso

casi curvadas.

Crecen los días

para el canto insondable

de las alondras.

Un sauce verde

goteando en el barro:

marea baja.

En los claros de nieve,

el leve violeta de los brotes

de la flor de udo.

En el camino, la fiebre:

y por mis sueños, llanura seca,

voy errante.

Cuando miro con cuidado

¡veo florecer la nazuna

junto al seto!                                                                                                      

                                                                                                                           Con el rocío de la mañana,

sucio, fresco...

el barro del melón.

El cuervo horrible

¡qué hermoso esta mañana

sobre la nieve!

Me llamarán por el nombre

de caminante.

Tempranas lluvias de invierno.

Piernas enclenques

tendré, pero está en flor

el monte Yoshino.




Hoy el rocío

borrará lo escrito

en mi sombrero.

Una mujer lavando patatas;

si Saigyô estuviera

compondría un waka.

Bajo un mismo techo

durmieron las cortesanas,

la luna y el trébol.

En la bahía

también la primavera:

flores de olas.

A una amapola

dejó sus alas una mariposa

como recuerdo.

Olor a crisantemos.

Y en Nara, viejas

imágenes de Buda.

Yendo hacia Kioto

cubrían medio cielo

nubes de nieve.

Yo me pregunto,

avanzado el otoño,

qué hará el vecino.

 

 

Los crisantemos

se incorporan etéreos

tras el chubasco.







¡Qué santidad

la del hombre que ante un relámpago

no comprende la realidad!

Llora

la sombra sola de la anciana.

Compañera de la luna.

Plenilunio de otoño;

paseo en torno al estanque

toda la noche.

¡Ha llegado la primavera!

Monte sin nombre

entre fina hierba.

Las montañas y el jardín

se van adentrando

hasta mi habitación en verano.

Luna de agosto.

Hasta el portón irrumpe

la marejada.

Aroma del ciruelo,

de repente el sol sale.

Senda del monte.







La primavera pasa;

lloran las aves

y son lágrimas los ojos de los peces.

 

 

Quietud:

los cantos de la cigarra

penetran en las rocas.

Un viejo estanque;

se zambulle una rana,

ruido de agua.

Sobre la rama seca

un cuervo se ha posado;

tarde de otoño.

Este camino

ya nadie lo recorre

salvo el crepúsculo.

Yo soy un hombre

que come su arroz

ante la flor de asagao.

A la intemperie

se va infiltrando el viento

hasta mi alma.

El mar ya oscuro:

los gritos de los patos

apenas blancos.




 

 

 

 

Retomado de: Antología del Haikú. Unimatehuala.edu.mx. 14 de septiembre de 2022.

 

 

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