sábado, 12 de abril de 2025

MINIFICCIONES METAFICCIONALES Y METALITERARIAS

 MALDITA MALDICIÓN 

 

A Andrés Caicedo le profanaron la tumba tras años de haber muerto. Fue un grupo de lectores profanáticos. Enfermos de la mente por la obra maldita de nigromancia llamada El Necronomicón. El escritor suicida quedó perplejo tras la resurrección. Se palpó la boca: le habían arrancado los dientes excepto los colmillos.  El hecho es que Andrés Caicedo, iba por ahí un poco desnarizojerizado de la nostalgia. Por supuesto, casi nadie lo reconocía. Le vieron en discotecas de salsa y rock and roll. En cinemas matinales. Absorto en películas de vampiros, vaqueros y comediantes. Y bajo la canícula, sentía sed de sangre con vodka. Ahora Andrés Caicedo, está condenado a vagar sempiterno tras regresar de entre los muertos. 

miércoles, 26 de marzo de 2025

CRUENTOS DESENCUENTROS Y OTROS CUENTOS AMARGOS

 

LA VENGANZA DE LA BRUJA

 

 

 


 

“Yo no creo en las brujas; pero de haberlas, haylas”

Dicho popular

 

 

   La bruja fue descuartizada con una sierra de motor. Pero ¿por qué no le salvó la sal negra en sus bolsillos?¡Cómo es qué el Buziraco, a quien lamía el culo la vieja en los aquelarres del monte, no le resguardó el pellejo? Alias Cuchillo había decretado muerte a la brujería negra. Porque los muchachos Uñas negras, los rezados, estaban cayendo en combate como fichas de dominó contra los otros paracos.

-       Maten a esa vieja hijueputa que no es más que una estafadora.

-       Como ordene mi comandante.

-       Píquenla a machete o con la motosierra que así aprenden a respetar estas putas.

-       Como ordene mi comandante.

-       Y córtenle esas tetas que besan el piso: denlas de comer a Rambo y Capitán, perros malparidos que deben estar hambrientos. Denle un poquito a Caifás que a ese caballo guevón le gusta la carne de personas…

-       Como ordene mi comandante.

-       Ah y Benítez, tráigame una cerveza fría y otra botella de guisqui que está esto hecho un horno…

-       Sí, un infierno mi comandante.

-       Bueno ya. A matar a esa bruja hijueputa y la echan al río.

Y así se hizo. A Sofía la picaron en pedacitos. Los perros se relamían con ella. El río se tiñó de carmesí. De nada sirvió su experiencia en el mundo criminal. Desde que su abuela enseñó aquellos ritos y artilugios. Aconsejó a guerrilleros y paramilitares por igual. A narcotraficantes. Famosos. Políticos. Como aquel Senador que la contactó y dijo:

-       Sofí, yo lo amo. Lo amo a él. Pero no me corresponde. Hacéle algo bien malo para que me ame. Y para que gane mi candidatura.

-       Patrón: sus deseos son órdenes. Eso en nueve noches estará hecho.

-       NO: LO DESEO YAAAA!!! -decía aquel político homosexual que deseaba sodomizar a su secretario privado. Así, en privado como todo un Calígula.

-       Patrón: tómese esta pócima y aceleramos el trabajo. Aunque le va a costar un poquitiquito más.

-       No importa Sofi: LO DESEO YAAAA!!! -gritaba el obtuso sodomita del Senado, con una risita de mandril.

Y tras rezos y bizarros rituales con tierras raras de cementerios, y sangre de chivos y gallinas culecas, así sucedió. Asimismo, aquella vez que la archifamosa actriz porno, Kia Malifa, le pagó miles de dólares para que secara a su competitiva, la sensual Esmeralda Gómez. Y ésta quedó como una momia. Con el trasero seco, lleno de gránulos con pus verduzco. Con hemorroides que le hicieron fracasar en la industria pornográfica del sexo anal. Los melones desecados y sin semillas como limones de Etiopía. La cara se hundió como un pozo por los maleficios de Sofía. Así acabó con cientos de carreras en Medellín. Y los traquetos que se odiaban entre ellos y se echaban pestes negras unos contra otros como lobos caníbales, ciegos de la cólera. Y aquellos sapitos rojiamarillos que vomitó el traqueto obeso, al que le gustaban los niños travestis, allá en Doradal, Antioquia. Y el fiscal que le pidió ayuda para frenar los procesos en su contra. Pusieron un sortilegio bajo el escritorio de la investigadora. Por lo tanto, ésta fue arrollada por una ambulancia mientras bajó a comprar empanadas o tacos chinos. Y aquel narcotraficante, al que la bruja ayudó a relacionar con el presidente Julio Cesar Turbay Ayala para exportar coca como si fueran bananas de la Chiquita Brands... Y el negro alcalde de Sucre que cagó tres huevos negros, y lloró porque dijo estaba curado por la magia de Sofía. Pues llevaba trece meses sin poder defecar. Y a aquel enano traqueto llamado Sansón Pino, el paisa ese famoso al que luego le harían telenovelas, al que le hizo coronar más de diez mil kilos de coca con lo que se hizo un implante de tibia y peroné y creció y creció y luego fue alcalde de Sonsón. Así fue como se hizo conocida en todo el país la bruja. Sus trabajos se cotizaron en el mundo esotérico.

Por eso fue contratada por las AUC. Para que rezara a los muchachos paracos llamados Uñas negras. Y así ser invisibles a las balas. Inmunes al plomo. Sólo que esta vez no funcionó. Y la bruja fue destrozada con la motosierra a las cinco de la tarde. Olía a horror y excrementos acres. La sierra se detuvo. Los perros ladraban exultantes. Llenos de ira. El paroxismo del sol parecía manchado de sanguinolentos gritos de dolor…

Al día siguiente, alias Cuchillo, en medio de la jarana, ordenó le mostraran evidencias de la barbarie. Los Uñas negras habían guardado la cabeza de la bruja. Tomó impulso, bebió un infinito trago de whiskey, eructó, se sacó un moco, tosió, rascó su sucio trasero. Dejó caer una flatulencia y dijo:

-       Bruja hijueputa: por mentirosa. -tras lo cual eructó con aroma a caño con gatos muertos y ratas que habían fallecido hacía años... Quizá milenios.

Corrió y corrió como un bucéfalo. Aunque más parecía un caballito de madera. Pateó la cabeza que en perfecta parábola llegó al fondo del río.

-       GAAALLLLLLL HIJUEPUTA. GAAAL… Cerveza para todos… Cerveza para… Jejeje… Todos. GAAALLL.

 Gritó alias Cuchillo. Y dijo:

-       Y eso es para todos los cabrones que crean en el poder de las brujas. Mariconadas. Al próximo que vea con las uñitas pintadas de negro, lo llevamos al maniquiur allá al fondo del río ¿oyeron hijueputas?

    Eran las tres y treinta y tres de la madrugada. En los llanos orientales, el sopor robaba las horas de sueño. Era un insecto que ululaba veneno. La paranoia se apoderaba de la atmósfera. Olía a miedo. En la mañana había llovido plomo desde el otro lado del río. Los otros paracos hostigaban casi siempre a las doce del día. La hora estúpida. Sonaban los chillidos de las aves nocturnas.

Ahora alias Cuchillo tenía una pesadilla. Soñaba que iba caminando por un campo yermo. Un llano de candela donde de repente se oía el carcajear de una gigantesca gallina negra. Era una especie de dinosaurio emplumado. Un ave de corral de treinta pisos. Lo seguía. Y le apuntaba con la trompa. Era la bruja Sofía. Quería desayunarlo. Él deseaba correr. Mas no lo lograba. Porque ahora era un gusano rosado. Se arrastraba gimoteando y llamando a su mamita. Pero era demasiado tarde porque Sofía abrió su pico y lo engulló. Luego era una babosa y ella un kilo de sal negra que llovía sobre su lomo. Lo derretía sobre un espejo caliente. Él lloraba como burbujas de nada. Despertó cagado. Literalmente. Fue al río a bañarse y sintió que algo le picoteaba el pene. Salió. Aún olía a mierda. Disimuló. Fue a beber whiskey y ver Le Tour de France en un viejo TV…

Sin embargo, al caer el velo de la noche, todo cambiaba. La bruja regresaba en sueños. En realidad, en pesadillas. Ahora era una tortuga caminando por la selva. Sofía la levantaba. Le ponía patas arriba. Él movía la cabecita en vano porque la bruja-cocodrilo-boa venía a cenar. Despertaba siempre con los pantalones machados de marrón.  La otra noche, era una guayaba medio podrida devorada por los gusanos. Una cabeza de guayaba con ojitos y los dientes amarillos. Ella, convertida en pajarraco verdinegro, venía a picotearle los ojos. Olían a mierda y a suciedad sus sueños pesados. Como un kilo de mierda empaquetada al vacío que de repente fuese abierta con un cuchillo. Todo este disparate llegó al colmo cuando, una mañana, aterrado, gritaba que era un cangrejo y que la bruja lo quería ver patas arriba. Retorciéndose de estremecimientos. Dijo que era un cuchillo sin filo. Intentando cortar el velo de la realidad. Pero que ahora era imposible. De día los combates eran atroces. Mataban y mataban a los otros paracos, que caían como fichas de ajedrez. Mas de noche lloraba como un bebé de pecho. Gritaba entre gimoteos:

-        MAMAÁAA… Ay mamasita ayuda… Ay mamita… Ayayayyy…

Así es que los subalternos, ebrios de cólera por los maltratos del comandante, decidieron que le harían un juicio de guerra. Los Uñas negras le asesinarían con un tiro de gracia al amanecer...

Esa noche, alias Cuchillo soñó que era un cuchillo de cartón. Material de utilería de una farsa del teatro de guerra. Era devorado por un faquir traga-metales que lo escupía echo balas de mierda. Había esqueletos saltimbanquis. La bruja Sofía volaba como un chimbilaco. Se carcajeaba como una hiena vengativa. Luego Cuchillo, soñaba que era balas de barro. Disparadas por un fusil Galil que lo devoraba y vomitaba contra un muro. Quedaba hecho un reguero de excrecencias y licuefacciones. Luego la bruja era una enorme calabaza púrpura rodando hacía él. Creyó que la penetraría. Mas se dobló como un falo impotente. Era de cartón, pura utilería de una tragedia. Fue arrollado. Despertó sudando petróleo. Creía que gritaba que la maldita bruja lo había enloquecido, la muy perra. No obstante, todos oían cómo cacareaba de forma estúpida y llamaba a su mamita con balbuceos y voces guturales… Tomó el fusil R-15. Se voló la tapa de los sesos frente al río gritando incoherencias entre espumarajos que olían a ano. Como en un vernáculo lenguaje de crustáceos. O de insectos de la selva virgen: ese infierno verde que hipnotiza y hechiza al desprevenido viandante…

…Quizá esto le sucedió porque, como decía el acérrimo y cerril Santo Tomás en el Evangelio de san Juan: “hasta no ver; no creer”. O como decía mi abuelita, que descanse en paz: “yo no creo en las brujas; pero de haberla, haylas”.

 

 

 

Por:

VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES

CRUENTOS DESENCRUENTOS Y OTROS CUENTOS AMARGOS

 

YO, LA OTRA

 

 

 

“Y su singular susurro se volvió el eco mismo del mío”.

E.A. Poe

William Wilson

 


 

 

 

I

 

   Diré que me llaman Dasha Krivoshlyapoya. Mamá Yekaterina dijo mucho después en una pesadilla, que había parido mal a un monstruo. Ella murió en aquel helado hospital de Moscú. Masha, la otra, mi amiga, ha estado conmigo en estas peripecias por tantos Institutos y antros. Sin embargo, todo llegará pronto a su fin… Y esa sonrisa estúpida se desdibujará de su cara de tarántula. Hoy a la media noche todo el horror terminará.

 

Mi amor por el cosaco enfermero Salva fue frustrado. Eso por la otra. Ella nunca lo permitirá. Por eso le asesinaré con su propia navajita. ¿Cómo olvidar cuando en aquella Institución Mental, cuando éramos chiquillas, me halaba de los cabellos hasta arrancarlos de raíz pues era su juego favorito el trineo? ¿Acaso debo olvidar cuando tras las torturas del Dr. Pyotr Anokhin, me miraba sacando sus mocos, como si extrajera pensamiento retorcidos que luego comía? ¿Cómo no recordar que, tras las frazadas de hielos en nuestras piernecitas, y los piquetes de agujas en las cabezas, brazos, cuellos, ella relamía y por eso nos daban dobles dosis? ¿Y qué decir de las quemaduras con el soplete, mientras ella, me mirara con sus ojitos rasgados de almendra? Tras lo cual dijera mascullando:

 

-          …Ya verás esta noche, Masha, cómo te roeré las orejas como una ratica… Te lameré como una babosa en celo esas orejitas… ¿Qué acaso no lo gozaste amiga? -susurraba como mí mismo eco. Tras lo cual era sometida a los mismos vejámenes que yo… Aunque ella sonreía del dolor y me guiñaba un ojito con frivolidad.

 

De allí nuestra ambigua amistad. Me daba fuerzas en esos experimentos. Y luego me daba cocotazos llenos de inquina. Una animadversión que bien sabía esconder entre lisonjas y engatusamientos. 

 

También compartí con Masha habitación en el Instituto Pediátrico de la Academia de Ciencias Médicas de Moscú. El discípulo del Dr. Pávlov, el doctor Anokhin, había sido llamado a otras misiones en el Archipiélago Gulag. Sus experimentaciones militares con nosotras, en aquellos laboratorios fosforescentes, habían sido dejado a un lado. El interés científico en los monstruos de circo de la URSS ya no era tan relevante. Interesaban más las armas nucleares. El espacio exterior. La Guerra de Hielo con Occidente. Tras 1953, cuando falleció Stalin, todo avizoraba ese descenso. Un desbarrancadero hacia el abismo destructivo de la guerra. Esa boca voraz e insaciable. Masha solía decirme en broma:

 

-          Eh, vamos camarada, ¿Qué acaso deseas otra inyección de yodo radiactivo amarillo? ¿O quizá que la vampira de Lucía te chupe la sangre tres veces al día con sus colmillos hipodérmicos? -decía desternillada de las risotadas. Yo no tomaba el caramelo que me ofrecían. Entonces la otra, ella, lo arrebataba y lo llevaba a su boca deformada por un rictus que simulaba ser una sonrisa de cabra.

 

Con ella vagabundeamos por el Instituto de Investigación Científica de Moscú. Íbamos a los experimentos juntas, en una especie de amistad mórbida. También por la Central de Traumatología y Ortopedia. Siempre enfermas de algo similar. Una deformidad congénita. Una aberración circense. Nadie en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, además de los médicos, enfermeras y científicos que jugaron con nosotras desde niñas, nos conocían… Éramos una aberración para experimentar. O jugar a ser Dios. Uno lleno de odios.

 

Siendo señoritas, nos trasladaron al Hogar de Veteranos de Guerra, en San Petersburgo. Allí nos atendió un enfermero con olor a montaraz. Era un cosaco que se llamaba Slava. A mí me pareció, por primera vez en mi vida, simpática la sonrisa y aroma de un hombre desdentado. Ella, que siempre iba a dar a los mismos antros que yo, lo odió desde un principio. En el corredor, ante la sala 13, que nos correspondía, soltó la siguiente bomba:

   

-          Y Tú, culo sucio de Masha: ¿volverás a las dietas del doctor Anokhin o comerás la salchicha de aquel cosaco asqueroso, eh, necia? -decía entre carcajadas de alcantarilla que despertaban a los pacientes de todo el Pabellón.

 

Mi cara se puso como un tomate podrido. Quise destriparla con las uñas. Darle patadas en la panza de sapo. Pero no quise parecer un mandril a los ojos de Slava. Y él supo entender mis remilgos mientras acariciaba sus barbas. Sentí que se humedeció mi entrepierna. Así es que me alejé de la escena.

 

 

II

 

…Así transcurrieron veinte larguísimos años encerradas en el Hogar de Veteranos de Guerra. Poblado por fantasmas y monstruos e infelices borrachos desahuciados. En la vetusta televisora, se veía al lampiño de Nikita Khrushchev vomitar algún discurso sobre la Unión Soviética. Sobre misiles balísticos en una isla del mar Caribe. Masha se apuraba la tercera botella de vodka. Decía entre pedorreos etílicos la siguiente cantinela:

 

-          Camarada, arrojad las bombas en manada/ Vamos Nikita: que no quede viva una rata maldita/ Camarada Khrushchev: arrojadlas en desbandada/ Vamos Nikita: que no quede viva ni un almita/ jua- jua-jua… Camarada, arrojad las bombas en manada.… -¡Cielos! y así seguía, por horas y horas y horas, mientras eructaba fuego azul y se rascaba las nalgas llenas de gránulos, como mazorcas bermejas. Yo miraba a Slava que sonreía como un niño. Lo deseaba. Estaba loca por él.

 

A veces, a regañadientes y no sin melindres, nos acompañaba a Slava y a mí a dar paseos entre los raquíticos abedules de octubre. Nunca había flores. A veces libélulas. O también olía al graznido de los cuervos en el bosque negro de los arces. Bajo las primeras nieves. Maldecía de todo. Eructaba y se rascaba el trasero, diciendo que le rascaba el Stalin o el Anokhin o el Yekaterina… Dejaba escapara vientos gaseosos de sus vísceras. Quizá por la sopa de col, que, en el boj, servían todas las noches a la cena.

 

En pesadillas, yo recordaba a las enfermeras que, de niña, me inyectaban yodo radiactivo. Luego extraían esa sangre podrida como vampiresas. Y revolaban entre los tubos de ensayo rojos de aquel laboratorio del viejo y loco Doctor Pyotr Anokhin. Luego veía el rostro de mi madre sollozar, porque yo le abrazaba y perdonaba haber traído al mundo una monstruosidad, como mal parió, según decía. No obstante, Masha emergía de unas sombras pestilentes y clavaba un cuchillo en el pecho de mamá… Yo gritaba; sin embargo, la carcajada de la otra enceguecía la voz…

 

Masha se había prensado de la gorda cocinera del Hogar de Veteranos. Una chechena llamada Lucía. A veces se veían en el cobertizo. La sebosa encargada de la cocina introducía sus dedos de salchicha. Con gran puntería justo en el centro de los muslos de la otra. Ella me obligaba a verlas. Me amenazaba con una navajita que le había robado a un viejo sin piernas de alguna guerra. A veces en las noches en mi litera, me tocaba sin pudor. Siempre bajo la amenaza del filo punzante. Siempre olía a vodka barato. Y últimamente era mucho más grosera con Slava.

 

Una vez, trató de morderlo cuando nos sorprendió en amores y toqueteos. Esto porque ya no soportaba más a Slava fuera de mis carnes. Conseguí alcohol etílico y le di un menjurje endiablado a Masha. Me dejaría en paz para revolcarme con el cosaco. Mas la otra despertó de la holganza desalmada que le propiné. Y como una disoluta, por poco nos acaba a cuchillazos. Le mordió una oreja a él. Arrancó el lóbulo. La comió como una rata. Estaba como una loba echando babazas pestilentes. Amenazó con cortarse la garganta si no lo dejaba DE INMEDIAAATO, gritaba como un huracán de aspavientos y odio.

 

…Ahora él se ha ido… Pues teme me haga daño. Creo que le amaba…

 

 

 

III

 

Han pasado trece meses de agonía. Cada vez me golpea más sin motivo. Dice que soy su lastre. Su sombra podrida. Un hongo en el rastrojo plagado de zarzales de su vida. Me grita:

 

-          ¿Y cuándo te piensas independizar tú, querida camarada Dasha? -me dice mientras le guiña un ojo a la cocinera del Hogar de Veteranos de Guerra. Yo cayo en silencio y me trago el sapo de mi alma enferma y putrefacta. Echada a perder. Como el corazón de un cangrejo herido y picoteado por miles de gaviotas… En el frío mar báltico de mí mirada yerta como la estepa…

 

Lucía, el gorila de la cocina, cada día trae más y más botellas de alcohol mientras gruñe algo así como “te amo mi arañita”. Me dice ella, la otra, que lo destila en el sótano de su casa, en los suburbios. Quizá está loca por cómo Masha introduce su lengua por todas sus carnes fofas y malolientes a ajo rojo.

 

La última vez, devolví la sopa verde con algo viscoso, rojo y de un fétido amarillo. Y la otra me abofeteó como un huracán de celos y rencor. Estaba ebria hasta el tuétano. Lucía le alienta las golpizas. Afila su cuchillito. Me ha cortado la cabellera con ella. Nunca debí acceder a que cortara mi melena… Ni usar esta estúpida ropa de campesino… Como la otra dice. Ordena. Demanda. Golpea. Grita. Roñe. Roe. Corroe mi alma apestada.

 

Anoche, mientras se amancebaba enjumada con Lucía en el corrosivo fregadero, robé su afilada navajita. Por eso esta noche, cuando a lo lejos aúllan los lobos entre los cipreses, y el viento de San Petersburgo, en este Hogar de viejos inválidos por las guerras, me agobia el susurro de un destino que no decidí; sin embargo, sí he decidido algo: me cortaré la garganta en la yugular.

 

Y con ello, la otra, mi hermana gemela, mi maldita siamesa, Masha Krivoshlypoya, con quien comparto las piernas y el corazón. Mas no la cabeza ni el alma. Ni la conciencia. Ni los pensamientos. Ni los sentimientos. Por lo tanto, he decidió acabar con tu execrable vida de mierda, querida hermanita gemela.

 

Por supuesto, como colofón, en siete horas, tú, la otra, es decir, yo, también estarás muerta por mis toxinas. Esas flores malditas que espero adornen nuestra tumba. Y sean el epígono de tu maloliente alma. Que lleves mi singular susurro al oído eternamente. Como el eco de una sombra sempiterna. Encadenada a tu cuello para siempre.      

 

 

FIN

 

 


 

 

Por:

 

Víctor Hugo Osorio Céspedes

Santa Isabel de Hungría, Tolima, Colombia.

Lunes 02 de septiembre de 2024

 

CRUENTOS DESENCUENTROS Y OTROS CUENTOS AMARGOS

 

LA NOCHE ROJA

 

 

“La noche envuelve guerreros moribundos y

 el salvaje lamento de sus fragmentadas bocas.

Quieta en el espesor de los sauces

 -nube roja habitada por un dios iracundo-

la sangre es vertida en el frío de la luna”.

George Trakl

 

 

 

    Estoy aquí y ahora encerrado en el Panóptico de Ibagué. Suceden cosas extrañas... Es 31 de octubre de 1963. Sé que moriré… Cuentan que hace algunos años (el 19 de abril del 1948) cuando asesinaron a Gaitán en Bogotá, la Violencia se esparció como mar de disentería. Los internos de esta prisión rompieron todo. Saquearon. Violaron. Vitorearon los enemigos. Mataron a niñas, mujeres, ancianas, curas, monjitas... No reconocieron banderas rojas o azules, locos como estaban por el aguardiente. Hurtaron machetes y yataganes con que relamían la carne sedientos. El Tapa Roja y los Piel Roja mancharon con ese tono crepuscular la tarde. En esa época tan sólo era un niño. Oyendo los desmanes de los bandoleros, en Santa-Isabel. Yo quería ser como ellos. Anhelaba abrir zanjas en los gaznates de mis adversarios. Con el paso del tiempo, oía las noticias en la radio. Quise unirme a la banda de Sangrenegra. Eran los años 60. Dejo esto escrito, porque presiento moriré esta noche roja. Como gallinazos al olisquear cadáveres. ¡Que se pudra el séquito del Monstruo Laureano Gómez! ¡¡¡ARRIBA EL PARTIDO LIBERAL!!!

Decía que, desde hace noches, he presentido revoloteos de una sombra por los tejados en forma de cruz. En éste Panóptico habían estado mi abuelo y tíos antes de 1948. Cuando reventó la turbamulta en Bogotá. Al Indio, (preso de la celda vecina) algo le asesinó anoche. Violó y picó a machetazos tres niñas y una mujer. Les hizo pedacitos “como para hacer tamales… JUAJUAJUAAA…”, decía el bellaco. Tras la matanza, quemó su chabola. Trató de huir al monte para unirse a la cuadrilla de Desquite y Chispas. Allí lo rechazaron porque no quiso descuartizar un policía godo que habían detenido en un retén cerca a Venadillo. Trató de esconderse en Anzoátegui. Mas fue delatado por su madre. La guardia del Panóptico lo halló exangüe. Tenía dos pequeños orificios en el gaznate. Apestaba a mierda. Como cuando en diciembre, mi tío -al que decían Patetarro- destripaba cerdos con un cuchillo mata-ganado. Transpiraba olor a occiso en la media noche roja y etílica de Navidad. Estábamos estupefactos… El Indio era un hijo de su ramera madre delatora. Goda que merecería ser decapitada. Yo le hubiese abierto el vientre. Puesto allí una gallina negra. Pero en verdad, la expresión de ese bastardo era la de una calavera atónita de horror.

La guardia no dice nada. Aterrados por atávicos miedos. Hablan de la misma maldición que devino tras los disturbios del 48. Cuando mataron al Caudillo y una nube de muerte se posó sobre este pozo de tristezas, miasmas y coagulaciones del alma. Murmullan. Gimen. Otros prisioneros antiguos, de esas épocas, cuentan chismorreos por los pasillos. Hablan de la Dama de negro. De la hechicera chupasangre que habían visto en los montes de Murillo.  Cerca al páramo del cañón del río Totare. Según cuentan en la prensa, Sangrenegra asesinó a 19 mujeres y niñas. Junto a Tarzán y el Capitán Venganza. Yo aquí encerrado, cuando debería estar con ellos haciendo cortes de franela. Sacando la lengua de los niños azules como corbatas. Haciendo incisiones de guargüeros. Hijos de cachiporras… Mi abuela sí contaba, que, por los montes, volaba una sombra con forma de gallinazo-murciélago. Una pava serpenteante. Con ojos chisporroteantes de fuego rojo. A veces, entraba revoloteando. Luego succionaba la sangre de los bebés. También los llevaba a la maraña. Tras ello, aparecía el cuerpecito escurrido. Sin ningún signo de vida. Desecados como estropajo al sol de Ortega. Hablaban de una hechicera con alas de dragón bermejo.

Yo no creo del todo en esas majaderías. Ni porque aquí en el Panóptico, los godos estén de rodillas. Con esas camándulas de mojigatos. Rezan cual comadronas de Antioquia. Habría que abrirles zanjas en los vientres. Llenarlas de piedras y arrojarlas al río Magdalena. Como hizo antier el Mayor Sangrenegra. Leía El Espectador. Nulo será todo: que echen encima toda la tropa a los bandoleros. No los hallarán jamás. Porque ¿Acaso está rezado? ¡MAMOOOLAAA!… Cuentan, que las ráfagas no lo atraviesan. Porque se convierte en bruma insidiosa. El Indio tenía velones y altares. Hacía cosas raras. Dicen que fue él quien invocó esa abyección.  Anoche olieron una chamusquina de sangre podrida. Mariposeaba sobre el techo de cruz de la cárcel. Que se oían carcajadas de odio y maledicencia.

-          ¡Y es que vos, gran guevón, no creés en las brujas? -decía mi compañero de jaula, un godo recalcitrante y anodino al que ya le tenía sentenciada una paliza. Quizás, romper su cocotera a garrotazos. -  Ya verás vos cómo esa bruja hijueputa nos lleva a todos esta noche. ¡Ese debe ser el Hojarasquín del monte… VIRGEN SANTA!

-          ¡Cierra la jeta inmundo Pájaro! Te mataré maricón. -le dije, entre espumarajos de rabia ocre.

Retumbó de nuevo esa risa de pajarraco azul que sobrevolaba nuestro presidio. Cuentan era una especie de sombría ave con cabeza de mujer y alas de chimbilaco. Colmilluda, de cabellera alba y sinuosa. Ojos de fuego rojo. Piel de batracio o salamanqueja. Entró a mí celda: la número 13… Se ensañó con el cuello del execrable godo… El animal abjuraba injurias… Chillaba como un puerco. Me miró cual basilisco. Voló impávida entre estúpidas carcajadas malolientes… Dijo que vendría por mi sangre de masón y ateo… Ahora escribo porque sé que esta noche roja será mi tiempo de morir… Pasa el sol y cae la noche como un pájaro obscuro… Todos se han encerrado en sus calabozos. Oigo alas de sombra revolotear sobre el techo del Panóptico… Si baja esa maldita, me cortaré el guargüero. Que se quede como la Llorona. Bebiendo mi sangre ennegrecida por odio. Coagulada en la losa fría de este Infierno.

 

 

 

 







FIN

CRUENTOS DESENCUENTROS Y OTROS CUENTOS AMARGOS

 EL CÍRCULO MALDITO



“Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible”.

La condesa sangrienta

Alejandra Pizarnik



El tiempo es una ilusión. Pasado, presente y futuro no constituyen una línea llana. Es más bien, una suerte de serpiente circunvalar. Lo sé porque he sentido su dentellada. Soy Jacinto Cruz Usma. Otros me llaman Sangrenegra. Aunque en verdad soy Atila, el Huno. Para los romanos: El Azote de Dios… Porque fui, soy y seré el abismo del espacio-tiempo que, como un áspid, se ha envenenado a sí mismo, de forma sempiterna. Soy el horripilante rostro de la libertad humana. Y esta es nuestra historia:

Voy galopando por las llanuras húngaras. El viento sabe a rojo. Sé que desde que soy Rey de los Hunos, he tenido sueños premonitorios. Halcones que caen en picada sobre mis propios ojos. Saborean el color de mis temores. Huele a miedo al despertar. Veo presagios. El Mago de Oriente ha vaticinado que moriré al sur… Bajo la sombra de una cruz de oro.

…Sé que asesiné a esas personas. Me supo a azul su sangre. Soy Sangrenegra y soy el que soy. Almanegra me retó. Disque beber cinco tragos con el corte de franela. Bebí quizá tres litros. Con mi daga, sajé de un tajo el cuello de esa muchachita que gritaba. Y de ahí mi

mote. El imbécil de Lleras Camargo y sus treguas. No dejaremos pájaro con cabeza. Desde el monstruo Laureano Gómez tengo estas pesadillas horribles. Ayer cuando robamos los cerdos al viejo Macario, volvieron las visiones. Me veo en una estepa a caballo, disparando flechas… Que le recen al godo de Rojas Pinilla.

Y ahí estoy otra vez, con estos sueños que no logra comprender el Mago... Sé que hoy asesinaré a mi hermano Bleda… No soporto sus reproches. Y el oro será sólo mío. Mañana cruzaremos el Danubio e invadiremos Roma. Después de las caídas de Naissus y Constantinopla, sé que se rendirán a mis pies. Aunque las visiones regresan, me veo entre bosques, cortando gargantas de gente que exulta plegarias al Dios de Roma. He visto el signo de la cruz… Aunque me llamen el Azote de Dios… Desearía que la humanidad tuviese una sola cabeza: para cortarla de un tajo.

…Y me veo otra vez en sueños. Hoy cruzaremos el río Magdalena. En San Juan de Rio Seco, mataremos a unos pájaros. Ya nos pagaron por ese trabajo. Anoche cuando cerraba los ojos en el cambuche, vi otra vez esas enormes llanuras y un río. ¿Será por esa profesora que ahora mismo violan los muchachos? ¿Qué fue lo que dijo de un tal Atila? Debe ser esa bruja hijueputa que sabe de mi gusto por la sangre… Que vuelo por las noches en forma de niebla. Sabe de mis secretos con el Putas. Cierro los ojos y huelo la putrefacción de un campo de batalla con gentes que no reconozco… Le cortaré el cuello a esa maldita ya mismo. Quitarle ese escapulario y echarlo al río…

De repente me veo degollando a una mujer con el signo de la cruz. Recordé al obispo de aquella catedral en la Galia. Lo decapité entre carcajadas de vino. Su cabeza rodó bajo el altar donde invocan algo. Cuando en los campos cataláunicos nos vencieron los malditos romanos. Quizá esa vez -como siempre- me excedí con el vino. Es una suerte de error que jamás pienso cometer. Cierro los ojos y me veo entre montañas y un río enorme. ¿Es acaso el Rhin que crucé antaño para matar esas tribus? Mi Mago no sabe descifrar estos sueños extraños… Sigo viendo el signo de la cruz en mis pesadillas.

…Tras la masacre huimos a la región de los nevados. Hace un frío de los mil diablos. En medio del insomnio, veo cómo decapito a personas que hablan de formas que no entiendo. Viene a mi mente el sabor de la palabra borgoñeses, que no sé qué quiere decir. Intuyo es

algo malo. A veces me sabe la punta de la lengua a plomo. Ayer cuando pasamos por una finca, les dije:

-O mata a ese culicagado o mira cómo los mato a todos todos.

-Por el amor de Dios, tenga compasión… -dije: tome este cuchillo que estamos de afán. ¡El tiempo vale oro… YA!

El oro de Roma será todo mío. El astrólogo de Oriente me dice que moriré si voy al sur. Y cuando cierro la mirada, veo cerdos podridos, en un hilo de metal con dientes. Los rodean el vuelo de aves negras. Es un presagio. Tras el rito de guerra de hace días en la Galia, corrieron ríos de sangre negra. Mis halcones y caballos tienen miedo de correr y volar. El vino sanará estos temores: más esclavas y vino, Orestes, apresúrate…

… Anoche oí el vuelo de una bruja. Quise convertirme en niebla mas no pude. Necesito más sangre… Desde que asumí el control, tras la muerte de Almanegra, hemos matado a quien se atraviese. En Anzoátegui, en medio de la machetera, vi un río de sangre oscura. Un halcón sobre mi cabeza y siempre a caballo. Lo mismo sucedió en El Líbano, cuando matamos a esa camarilla goda. Y todo se agravó cuando en la vía de Alvarado a estas montañas, asaltamos ese bus de Rápido Tolima y decapité con el azadón a ese maldito policía. Los detesto. Y de un solo ZASSSS rodó esa cabeza. Y vino a mi mente la palabra visigodo, y Naissus y Constantinopla y Roma. Esa última me recordó a la palabra amor; sin embargo, yo de eso no sé nada. Odio los caballos y me veo en uno, galopando por las llanuras húngaras. Quizá sea tanto aguardiente Tapa Roja y éstos Piel Roja que me dañan la cabeza. No sé. Tengo sed de sangre. De venganza. De destrucción y muerte.

Amo a mi caballo. Aunque ayer recibió un flechazo. Morirá. Lo comeremos. La carne cruda ennoblece a mis guerreros. Con sus sillas de arqueros ecuestres, venceremos a los romanos. Bajo los efectos del vino, me veo a los pies de una montaña blanca. Me siento decapitar con un instrumento extraño a un hombre que grita. Tras el alba, empalaremos a los traidores que, de forma maldita, dejaron mis líneas para servir al enemigo. Sufrirán por tres días quizá… Lo cual me recuerda los cerdos putrefactos al aire, comida de gallinazos, que veo de nuevo al cerrar los ojos. La sangre se escurre por mi rostro.

Desquite me contrató para matar unas personas en El Líbano… Fuimos y matamos a esos majaderos. Pero la represalia de los cerdos policías nos dejó sin aliento. Corrimos por las montañas, y por más que me convertí en niebla, una bala me rozó. Mataron a dos o tres, pero regresamos a Santa Isabel de Hungría… A veces, cuando cerraba los ojos para respirar, me veía en una piscina rodeado de mujeres sin ropas. Bebiendo vino entre risotadas… Desearía ahora que huyo, un trago de aguardiente… Y un pucho. Las balas resuenan cerca. Debo correr. Correr. Correr…

Recuerdo a mi hermano Bleda. Le asesiné con una flecha en el bosque negro, cerca al río Danubio. Estas estepas húngaras no son suficientes para dos reyes de los Hunos. Y el oro de Roma será todo mío. Nadie podrá vencer mi veleidoso apetito por la sangre. Ni los deleznables magos de oriente, a quien ordené decapitar, lo harán… Aunque sueñe con esa palabra Cruz Usma, que no tengo la idea de su significado. Ni de Jacinto, que vienen a mi mente entre retortijones, en las noches de vino junto a mis concubinas y esclavas…

Tras esa masacre volví a Santa Isabel de Hungría. Esta vez subimos al páramo. Y en Totarito decapitamos, violamos y quemamos a 19 hijos de puta godos con sus seis bastardos. Ya eso colmó la calma de esas gentes. Y con el coronel Matallana nos arrojaron de granadas al cambuche. Nos pillaron. Nos dieron en la jeta. Por eso me tocó largarme para el Quindío y por los lados de Pereira. Fue cuando recibí un telegrama de Felipe, mi hermano que estaba en El Cairo, por allá en el Valle. Y me ofreció guarida. Y me largué por esos lares. Como entre sueños, me veía rodeado de montañas de monedas de oro. De toneladas de riquezas. Mujeres. Bebidas. Placeres…

Orestes, el romano, me ha dicho que modere la bebida. Es un imprudente. Mas no lo decapitaré. Es mi noche de bodas y la salvación es suya. Mas veo aún rezagos de mis pesadillas. Me veo huyendo de una sombra. De mi pasado… ¿Es el recuerdo amargo de Bleda? ¿Su cabeza parlanchina más allá de la muerte? Merecía morir el maldito…

Ahí está mi hermano Felipe. Ya no reconocía su cara. Llevo mi cartuchera con munición suficiente. Mi carabina y este uniforme de policía que robé. Al tipo al que corté la cabeza con un azadón. Jajajajaja. Por allá en el Tolima. Tierra de cachiporros…Me dice mi hermano que descansemos. Que mañana comeremos un sancocho de gallina. Que tranquilo…

¿Y por qué maté a Bleda? No interesa. Sólo deseo penetrar a mi esposa, oro y vino. Al cerrar los ojos veo que viene corriendo un enorme perro. Estoy herido. Me sale sangre negra por los orificios. El lebrel se ensaña en mi sexo. Me desgarra la carne. Gimoteo. Sufro. Lloro. Llevo una cosa metálica a mi boca. Halo un interruptor. Sale algo que destruye mi cabeza….

…Y mientras descubría la traición de Felipe, corrí por el cañón. Hui de los perros y cuando estaba sobre el río, mis ojos veían a una mujer desnuda aterrada, llorando, en una cama nupcial. Me sentí impotente por los ríos de sangre que manaban por mis fosas nasales. Me ahogaba en mi propia sangre negra, como si fuera el Rey de una tribu de bárbaros abominables. Quizá por eso el tiempo, es una serpiente circular. Es el círculo maldito.










POR: AZATHOTH

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, TOLIMA, 2024

ÁGORA REVISTA DE MINIFICCIONES, NÚMERO 7, AÑO 2024

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CUENTOS ATÓMICOS

 

TREN FANTASMA

-No deden treparse más.

-¿Por qué mamá?

-Porque es peligroso.

El pequeño hizo caso omiso esa noche.

Ya nunca regresó…



Por: 

Víctor Hugo Osorio Céspedes

Santa Isabel, Tolima, 2025.

LA CARNE LUCTUOSA

 

LA CARNE LUCTUOSA

 




   Fue en los tiempos de Semana Santa. Los niños jugaban en la calle de polvo con el perro. A veces con la vecinita. Esa fea y desdentada hija de la prostituta.

-Hijos, saben que no se debe jugar, bañar en la laguna ni tocarse las partes en estos días, ni decir palabrotas, no sea y Dios los castigue -dijo la mamá con el ceño fruncido-. Iré a trabajar al río. Ustedes juiciosos. Papá estará en Caño Limón. Regresa el domingo.

-Sí mamita, nosotros sabemos, pero jugaremos con Toby en la laguna -dijeron los niños con cara de angelitos que aún no saben volar.

-No señores, saben que hay babillas, culebras y cualquier cantidad de basura con vidrios rotos. Por allá no -dijo la mamá, al advertir de los peligros del mundo a sus pichones.

-Sí mamita. Un besito -dijeron los niños y mamá sembró tres besos en sus frentes.

-Papá regresará el domingo, juiciosos pues mis corazones.

Bajo el sopor del verano, en los llanos el sol mismo usaba lentes oscuros. Pero eso no era lío. Afuera de la casa, sobre la polvareda rojiza jugaban con su amigo peludo. Cuando estaban solos, lo hacían con la niña sin dientes en los resquicios del inquilinato También destripaban las enormes cucarachas que salían de las acequias de aguas negras. Las hacían puré mientras gritaban palabras de grueso calibre. Les gustaba verlas agonizar por horas. Luego las pateaban por las alcantarillas, directo al Infierno. No les importaba haber hecho la Primera Comunión. Ni haber recibido el cuerpo del Señor en las lenguas. Pensaban en el olor a pescado de su vecinita. La niña que siempre mantenía sola en la pieza del fondo del inquilinato. La que allí, bajo el altar que tenía a las Benditas Ánimas del Purgatorio les mostraba el interior de su ser más íntimo.

Mamá siempre estaba atenta, pues sabía que los indios guahibos serían capaces de devorarlos al menor descuido. Era conocido por todos en el pueblo, que de las cantinas salían achispados. Claro está, de aguardiente llanero y cunchos de cerveza que mendigaban. Papá siempre estaba como un camello en la petrolera. Entonces los pequeños jugaban en la calle a los vaqueros. Disparaban con los dedos a las cucarachas gigantes. Y vieron la caravana de todas las tardes. Las mujeres indias despanzurradas, habían acabado la carne de mono y perro en los bohíos. Allá, al otro lado del río.

Así es que mendigaban cabezas de ganado y huesos de res, que por lástima, les regalaban en la carnicería. Y claro, las llevaban sobre sus propias cocoteras. Iban impávidas, mientras arrancaban jirones de carne y ñervos a la res muerta. Con muecas de satisfacción devoraban como pirañas los ojos de las vacas. Atrás, una fila india de esqueletos forrados de piel terrosa las seguían ansiosos. Esperaban un poco de esa carne roja cruda. Olían a espíritus descompuestos, con los dientes de pez carnívoro al acecho. Los niños guahibos eran ventripotentes, macilentos, flácidos. Tal como los espaguetis con pollo que hacía mamá los domingos. Los padres de estos iban sin camisa, descalzos, con el cabello largo. Lo cual daba a sus rostros aspectos de caníbales. Casi siempre ebrios de cualquier cosa. De cólera. De desden. De odio. De aguardiente.

Los otros niños, corrían excitados al interior del inquilinato. Allí jugaban con la vecinita al papá y la mamá. Se miraban los sexos duros bajo las escaleras. Los medían con las reglas de los útiles escolares. Y la niñita, se bañaba con esos calzones rosados rotos en la laguna. Canturreaba que era una sirenita tra la la la… Ellos en realidad odiaban la carne amarillenta y salada. Con olor a enaguas de señora cetrina ya sin vida. Mas les gustaba dar besitos en la flor de carne de la niña. Y le olían el culito negro que parecía un ojo de ciego. Ella sonreía mientras seguía con una cantinela que había aprendido de su mamá. Decía que esta era una puta y mostraba los dientes podridos por no lavarlos nunca. Cuando habían saciado su curiosidad por los placeres de la piel, se encerraban en silencio a esperar. Allí miraban desde las ventanas la procesión de impíos guahibos casi desnudos. Con los pantalones raídos que cambiaron sus taparrabos.

La semana pasada, habían vendido por un peso un enorme bagre seco a la mamá. Entonces los olieron, por primera vez de frente. Olían a desesperanza, miedo y tristeza. “Quizá los pescan con sus garras”, pensaron. “O con lanzas y flechas desde las chalupas, son unos salvajes”,elucubraron... Era conocido por la gente del inquilinato que, el sábado anterior, las autoridades habían quitado un bebé a una de las indias. Estaba poseída por aguardiente llanero barato. Tenía el bebé guahibo la encía en carne viva. Pues a estos infantes, los amamantaban con cunchos de cerveza o licores de fuego de cuando en cuando. “Pobres… Mas son cosas de indios”, decía papá mientras veía las noticias violentas en el televisor. Los niños y el perro estaban aterrados. Tras el paso de la muchedumbre de escuálidos y fantasmales infantes, detuvieron el juego bajo la bola roja del llano en llamaradas. Sin embargo, al día siguiente, Toby no apareció. Ni al otro. Ni nunca más…

-Mamá y ¿dónde está el perrito? -preguntaban perplejos, los niños.

-No sé mis amores. Ustedes no habrán estado jugando en la calle mientras yo trabajaba en el río, ¿verdad?

-No, no señora, aquí estuvimos ocupados en las tareas de la escuela.

-Pues quizá se perdió en la laguna, ya vendrá. Vayan a dormir ya. Mañana aparece seguro.

-Sí mamita: la bendición -dijeron, tras lo cual, juntaron las manos como si fuesen un cirio.

-En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo -dijo la mamá e hizo un gesto enrevesado en el aire.

-Amén… -dijeron en coro como querubines.

Mas no fue así. Ellos olisqueaban en el aire que, quizás, habían sido los indios borrachines. Aficionados a comerse hasta a los propios niños en festines de aguardiente y carne roja cruda. Toby había sido devorado sin remedio. Quizá lo habían sacrificado a sus dioses salvajes. O tal vez lo habían merendado para palear el apetito de siempre. Lo comprobaron al otro día cuando, al pasar la caravana de guahibos, estos los miraron. Pelaron las encías negras tras los colmillos amarillos. Con una carcajada de desden en los ojos. Y con un apetito voraz de carne humana, de vaca, de niño o de perro. Se relamieron mientras ladraban y ladraban y ladraban. O quizá era su forma de reír y reír y reír de las desgracias de la vida.

Lo cierto es que algunos tenían hocico de caniche. Otros colas y orejas de perro. Además los niños vieron cómo empezaban a crecerles pelos en las manos. La vecinita lloraba entre gimoteos y mocos porque le habían crecido alas, bigotes y cabeza de bagre tigre. Su piel se había puesto escamosa. Aunque conservaba las piernas de niña. La mamá prendió tres cirios a la virgen. Pedía perdón al cielo, que lucía grisáceo y silente. Quizá era la ira divina por haberse acostado con el ingeniero de la petrolera. Allá donde trabajaba su marido. Sólo esperaba que este no la castigara con el machete por ello. Ni que Dios le hiciera crecer una flor de carne luctuosa en medio de las piernas. Mas era demasiado tarde…

Así es que, de forma inexorable, la mamá sintió crecer pétalos de sangre y dolorosas espinas de rosas entre los muslos. Prendió entre ayes tres veladoras más a la Virgen, arrepentida. Mas todo fue en vano… Ya los niños tenían las manos peludas y cara de lobeznos. Con garras retorcidas como serpientes y colmillitos de leche. Olían igual que bestias que vomitaran mierda. Por sexo tenían un ojo rojo que parpadeaba intermitente. Sonreían como estúpidos al aullar a la luna de sangre de esa noche atroz. Mientras ella, pálida por el horror, gritaba incoherencias. Al fondo repiqueteaban las campanas de la Iglesia, rabiosas, macabras, aterradoras.

 

 



 Por: 

Víctor Hugo Osorio Céspedes

Santa Isabel, Tolima. 2025

 

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