ALGUNAS
PALABRITAS SOBRE EL DIMINUTIVO EN COLOMBIA


Según investigaciones lingüísticas del
Instituto Caro y Cuervo, en Bogotá se abusa del diminutivo y éste hace parte de
la identidad cultural de los capitalinos. Habría que agregar que éste fenómeno
se extiende por todo el territorio nacional, en especial, creo yo, en la
llamada provincia y en las zonas rurales. Esto me hace pensar en las infinitas
formas de expresión y comunicación humana, en cómo las palabras dan forma a los
pensamientos y sentimientos, pues el mundo es una construcción social y
cultural mediada por el lenguaje. Entonces me pregunto ¿por qué en Colombia se
abusa del sufijo diminutivo? Esas partículas (-ito, -ita), que afectan el
lenguaje, creo que con mayor arraigo en éste país latinoamericano. Y ¿cuál es
su incidencia en la identidad cultural o en la sociedad? ¿Por qué se hallan tan
arraigadas en las expresiones populares y cotidianas? ¿Por qué hace parte del
acervo cultural de la nación colombiana?
Expondré, en primer lugar, lo que considero un uso
adecuado o correcto del sufijo diminutivo. En un segundo momento, me enfocaré
en el abuso o uso inadecuado, así como en los efectos sobre el pensamiento,
desde los ámbitos de la economía y la política, además las implicaciones que
suscita este tema desde la filosofía del lenguaje.
En el lenguaje infantil, o en la así llamada
por la industria editorial “Literatura para niños”, es muy usual hallar
abundancia de diminutivos. Lo cual considero adecuado o pertinente. Por
ejemplo, en títulos clásicos como “El Principito”, “Caperucita roja”,
“Pulgarcito”, “Ricitos de oro”, o “El soldadito de plomo”. Incluso en “La pobre
viejecita”. O también, en los versos de bellas canciones de música de aires
andinos como ¨Pueblito viejo”, donde podemos leer u oír: “Lunita consentida
colgada del cielo, / Como un farolito que puso mi Dios, / Para que alumbrara
las noches calladas, / De este pueblo viejo de mi corazón.”
Lo anterior es un ejemplo plausible del uso del
diminutivo ligado a la función estética del lenguaje. Lo cual resulta un
acierto pues deviene de la intención artística, creadora o poética de la
palabra.
Por otra parte, resulta válido usarlo como una
expresión de afecto, amistad, camaradería, incluso propia del discurso amoroso.
¿Quién no tiene una amada abuelita? ¿Quién no ha llamado a un buen amigo por el
diminutivo de su nombre, por ejemplo, Nubiecita, Stellita, Dorisita? ¿No
resulta así, más amable hablar de un “corazoncito”, dar un “besito”, a su
“amorcito”? Pues si se hace de forma sincera, honesta o intencional, creo que
resulta adecuado.
Sin embargo, sucede lo contrario cuando la
intención se tiñe de mordacidad, sarcasmo o ironía, como en el título de este
texto. O, por ejemplo, cuando se habla de “personitas”, o al usarlo con un tono
despectivo en nombres propios o apellidos, como “Uribito”, “Fulanito de tal…”
entre otros… También puede resultar paradojal en ejemplos como “altico”,
“grandecito”, “diosito”. Ahora bien, todo ello resulta admisible. Incluso ese
uso pueril o el marcado carácter coloquial que da colores al lenguaje cotidiano
del colombiano de a pie. Puede ser tolerable como parte de su identidad
cultural.
Es muy común oír, incluso en la radio, hablar
de tomar un “cafecito”. En la mayor parte de restaurantes y comercio del centro
de Bogotá, es posible hallar un payaso con megáfono abusando del sufijo
diminutivo. Cosa frecuente y típica del lenguaje bufonesco. Oirá uno hablar de
“sopita”, “juguito”, “sancochito”, “carnecita”, “arrocito”, “frijolitos”,
“lentejitas”, todo sabroso, grasoso, gracioso y “baratico” …
Y es con esa sarta de diminutivos con lo que no
estoy de acuerdo. Porque así, por medio del lenguaje se da forma al
pensamiento. Un pensamiento acrítico, “pobre”, como dice el poema de León de
Greiff. Además, porque genera ambigüedad. Polisemia innecesaria y ladina.
Incomunicación por falta de claridad de la palabra. Inclusive carencia de
significado. Lo mencionado es evidente por ejemplo cuando oigo la palabra
“cosita”. O “cositas”. ¿A qué hace referencia con exactitud? La cuestión se
complica al mencionar sufijos diminutivos como “ahorita” pues ¿cuál es la
diferencia con “ahora”? ¿y qué quiere decir “despuesito”, “cerquita”, “hasta
lueguito”, “tardecito”, incluso “cerquitiquita” o el usual “poquito” o
“poquitico”? ¿Cuál es la naturaleza del significado de estas palabras? También
veo las implicaciones que tiene en la vida práctica, cuando por ejemplo
funciona la mendicidad con frases como, “me regala una limosnita”, o en el
adjetivo pobrecito”, lo cual recurre a la función emotiva del lenguaje de forma
lastimera. O aquella vez que una señora humilde me dijo: Disculpe profesor, ¿le
puedo hacer una preguntica pequeñita? Yo digo que allí falla algo.
Otra vez, en una tienda o pequeño local
comercial de barrio, oí la siguiente frase: ”¡Buenas vecina!: ¿me vende una
coca-colita de las pequeñitas?” Allí logro entrever una especie de
neo-colonialismo, de neo-liberalismo implícito en el uso cotidiano del
lenguaje. A su vez, la lexicalización del producto, una bebida gaseosa, pues la
marca predominante impone su ideología. Y es que los anglicismos, han invadido
o contaminado la lengua castellana, desde los ámbitos de la tecnología y de lo
cotidiano. Por ejemplo, cuando oímos hablar de “mancito”, diminutivo de “man”,
que funciona para hombre aún sin ser traducido…
Y es que
más que criticar el uso peculiar, único o característico de cada persona, para
concluir quisiera invitar al uso adecuado, concienzudo, reflexivo y creativo de
la lengua castellana. Además, a usar ese sufijo diminutivo de forma acertada,
sin convertirlo en lanza venenosa de la lengua. Más bien a cuidar de las
palabras, para que no desaparezcan ese valioso legado cultural. No olvidemos
que las palabras dan forma a los pensamientos y sentimientos, pues el mundo es
una construcción social y cultural mediada por el lenguaje.
POR:
VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES
LIC.
LENGUA CASTELLANA
DOCENTE
I.T. LEPANTO
IBAGUÉ,
7 DE ABRIL DE 2018
IN
MEMORIAM ALBERTO OSORIO MEJÍA
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