martes, 8 de mayo de 2018


ALGUNAS PALABRITAS SOBRE EL DIMINUTIVO EN COLOMBIA





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Según investigaciones lingüísticas del Instituto Caro y Cuervo, en Bogotá se abusa del diminutivo y éste hace parte de la identidad cultural de los capitalinos. Habría que agregar que éste fenómeno se extiende por todo el territorio nacional, en especial, creo yo, en la llamada provincia y en las zonas rurales. Esto me hace pensar en las infinitas formas de expresión y comunicación humana, en cómo las palabras dan forma a los pensamientos y sentimientos, pues el mundo es una construcción social y cultural mediada por el lenguaje. Entonces me pregunto ¿por qué en Colombia se abusa del sufijo diminutivo? Esas partículas (-ito, -ita), que afectan el lenguaje, creo que con mayor arraigo en éste país latinoamericano. Y ¿cuál es su incidencia en la identidad cultural o en la sociedad? ¿Por qué se hallan tan arraigadas en las expresiones populares y cotidianas? ¿Por qué hace parte del acervo cultural de la nación colombiana?
Expondré, en primer lugar, lo que considero un uso adecuado o correcto del sufijo diminutivo. En un segundo momento, me enfocaré en el abuso o uso inadecuado, así como en los efectos sobre el pensamiento, desde los ámbitos de la economía y la política, además las implicaciones que suscita este tema desde la filosofía del lenguaje.
En el lenguaje infantil, o en la así llamada por la industria editorial “Literatura para niños”, es muy usual hallar abundancia de diminutivos. Lo cual considero adecuado o pertinente. Por ejemplo, en títulos clásicos como “El Principito”, “Caperucita roja”, “Pulgarcito”, “Ricitos de oro”, o “El soldadito de plomo”. Incluso en “La pobre viejecita”. O también, en los versos de bellas canciones de música de aires andinos como ¨Pueblito viejo”, donde podemos leer u oír: “Lunita consentida colgada del cielo, / Como un farolito que puso mi Dios, / Para que alumbrara las noches calladas, / De este pueblo viejo de mi corazón.”
Lo anterior es un ejemplo plausible del uso del diminutivo ligado a la función estética del lenguaje. Lo cual resulta un acierto pues deviene de la intención artística, creadora o poética de la palabra.
Por otra parte, resulta válido usarlo como una expresión de afecto, amistad, camaradería, incluso propia del discurso amoroso. ¿Quién no tiene una amada abuelita? ¿Quién no ha llamado a un buen amigo por el diminutivo de su nombre, por ejemplo, Nubiecita, Stellita, Dorisita? ¿No resulta así, más amable hablar de un “corazoncito”, dar un “besito”, a su “amorcito”? Pues si se hace de forma sincera, honesta o intencional, creo que resulta adecuado.
Sin embargo, sucede lo contrario cuando la intención se tiñe de mordacidad, sarcasmo o ironía, como en el título de este texto. O, por ejemplo, cuando se habla de “personitas”, o al usarlo con un tono despectivo en nombres propios o apellidos, como “Uribito”, “Fulanito de tal…” entre otros… También puede resultar paradojal en ejemplos como “altico”, “grandecito”, “diosito”. Ahora bien, todo ello resulta admisible. Incluso ese uso pueril o el marcado carácter coloquial que da colores al lenguaje cotidiano del colombiano de a pie. Puede ser tolerable como parte de su identidad cultural.
Es muy común oír, incluso en la radio, hablar de tomar un “cafecito”. En la mayor parte de restaurantes y comercio del centro de Bogotá, es posible hallar un payaso con megáfono abusando del sufijo diminutivo. Cosa frecuente y típica del lenguaje bufonesco. Oirá uno hablar de “sopita”, “juguito”, “sancochito”, “carnecita”, “arrocito”, “frijolitos”, “lentejitas”, todo sabroso, grasoso, gracioso y “baratico” …
Y es con esa sarta de diminutivos con lo que no estoy de acuerdo. Porque así, por medio del lenguaje se da forma al pensamiento. Un pensamiento acrítico, “pobre”, como dice el poema de León de Greiff. Además, porque genera ambigüedad. Polisemia innecesaria y ladina. Incomunicación por falta de claridad de la palabra. Inclusive carencia de significado. Lo mencionado es evidente por ejemplo cuando oigo la palabra “cosita”. O “cositas”. ¿A qué hace referencia con exactitud? La cuestión se complica al mencionar sufijos diminutivos como “ahorita” pues ¿cuál es la diferencia con “ahora”? ¿y qué quiere decir “despuesito”, “cerquita”, “hasta lueguito”, “tardecito”, incluso “cerquitiquita” o el usual “poquito” o “poquitico”? ¿Cuál es la naturaleza del significado de estas palabras? También veo las implicaciones que tiene en la vida práctica, cuando por ejemplo funciona la mendicidad con frases como, “me regala una limosnita”, o en el adjetivo pobrecito”, lo cual recurre a la función emotiva del lenguaje de forma lastimera. O aquella vez que una señora humilde me dijo: Disculpe profesor, ¿le puedo hacer una preguntica pequeñita? Yo digo que allí falla algo.
Otra vez, en una tienda o pequeño local comercial de barrio, oí la siguiente frase: ”¡Buenas vecina!: ¿me vende una coca-colita de las pequeñitas?” Allí logro entrever una especie de neo-colonialismo, de neo-liberalismo implícito en el uso cotidiano del lenguaje. A su vez, la lexicalización del producto, una bebida gaseosa, pues la marca predominante impone su ideología. Y es que los anglicismos, han invadido o contaminado la lengua castellana, desde los ámbitos de la tecnología y de lo cotidiano. Por ejemplo, cuando oímos hablar de “mancito”, diminutivo de “man”, que funciona para hombre aún sin ser traducido…
 Y es que más que criticar el uso peculiar, único o característico de cada persona, para concluir quisiera invitar al uso adecuado, concienzudo, reflexivo y creativo de la lengua castellana. Además, a usar ese sufijo diminutivo de forma acertada, sin convertirlo en lanza venenosa de la lengua. Más bien a cuidar de las palabras, para que no desaparezcan ese valioso legado cultural. No olvidemos que las palabras dan forma a los pensamientos y sentimientos, pues el mundo es una construcción social y cultural mediada por el lenguaje.
POR: VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES
LIC. LENGUA CASTELLANA
DOCENTE I.T. LEPANTO
IBAGUÉ, 7 DE ABRIL DE 2018
IN MEMORIAM ALBERTO OSORIO MEJÍA


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